Santos Juliá-El País
Todo empezó cuando Mas liquidó cien años de catalanismo político apuntando a la independencia
En los procesos de construcción nacional, una pieza central es la fabricación del enemigo. No importa que se trate de un vecino, de alguien con quien te cruzas por la calle, de un familiar, incluso: si no comulga con tu creencia en la Nación, si no comparte tus ritos, si no participa en las mismas liturgias, si no enarbola tus banderas, es tu enemigo y, si te resulta imposible exterminarlo, tienes que arrojarlo a las tinieblas exteriores. Así es desde su origen esa religión civil que conocemos como nacionalismo. En Cataluña, desde el día en que Artur Mas decidió liquidar cien años de catalanismo político sustituyendo autonomía por soberanía con vistas a la independencia, todo el entramado de institutos, sociedades, centros de cultura, asociaciones, que habían crecido como las setas durante los largos años de pujolismo, se empleó con entusiasmo a la tarea. Comenzó pronto, con aquellos miles de millones de euros (22, afirmó López Tena; 16, estableció el mismo Mas en ocasión solemne; 16 repetía Junqueras) que España robaba cada año a Cataluña. StopEspoli, clamaba un vídeo presentado por Andreu Mas-Colell, “Minister of Economy and Knowledge” del Gobierno de Cataluña y “former professor of Economics at Harvard University”, a la cabeza de una distinguida elite académica. Ocurría en septiembre de 2012. Poco después, Salvador Giner declaraba el total apoyo del Institut d’Estudis Catalans, que él presidía, a la propuesta soberana de Mas. ¿La razón?: los catalanes, decía Giner, “somos un poco insultantes, irritamos constantemente a los españoles y ahora se nos ha ocurrido (i ara se’ens acut) tener un Estado propio y yo lo encuentro muy bien”. Pues nada, hombre, adelante con la ocurrencia. Todo esto sería risible si no hubiera servido de caldo de cultivo en que fue germinando la insensata aventura de la declaración unilateral de independencia por los herederos de Jordi Pujol. Era tan flagrante el expolio, tan corrompido el Estado español, que a ninguno de aquellos insensatos le pudo caber en la cabeza que ningún Estado de Europa, América ni del universo mundo habría de acudir en su ayuda cuando recibieran, en perfecto inglés, faltaría más, su llamada. Ya vendrán, se animaban unos a otros, ya vendrán. Todavía están a la espera.