Félix Madero-Vozpópuli
Es de suponer que los votantes de Trump, algunos, han de sentir cierta vergüenza
Que los humanos necesitamos paz y tranquilidad es algo que nadie discute, salvo aquellos que han encontrado en la guerra y las prisas su estado natural. Hoy los volvemos a conocer. Sucede que estos de ahora son igual de malos y violentos que los que conocieron nuestros padres y abuelos, pero más tontos y mendaces. Para ser un malvado también se precisa de cierta clase, la que no tienen Trump, Elon Musk, Maduro, Milei, Orbán y toda esa calderilla humana que nos está haciendo la vida insoportable. Pensar que casi todos estos han llegado con el apoyo popular es algo que sólo puedo calificar como una desgracia con tintes de maldición bíblica. Cierto, la democracia es sólo una forma de gobierno, la menos mala, dicen, pero muy castigada por los que se han aprovechado para conseguir el poder. Si estuviera Paul Auster vivo no creo que dijera lo que le escuché decir en Madrid, que «para los que no tenemos creencias, la democracia es nuestra única religión”. Y, sin embargo, y a pesar de esta galería de altivos tipos desastrados, cuando hay respeto por ella comprobamos que con la democracia se come, se educa y se cura.
Desde el Camino
Con algo de rubor por hablar de mí, les cuento que vengo de hacer el camino de Santiago, en concreto el último tramo, el conocido como francés, es decir los 115 kilómetros que separan Sarria del pórtico de la Gloria. El camino es algo que uno sabe que desea hacer, pero que nunca sabe cuándo. Y cuando ya lo sabe surgen las preguntas que llevan siempre el sello del temo: ¿Soportaré los rigores del tiempo? Los soporté. ¿Seré capaz de andar durante siete horas y recorrer más de 26 kilómetros? Lo he sido. ¿Me sacarán del camino dolores musculares, trastornos en el pie o en la espalda que soporta la mochila del peregrino? Me mantuve firme hasta el final. Ya digo, no deseo contar mis últimos días en Galicia, pero no me resisto a decirles que, si se lo está pensando, hágalo. Las razones son tan numerosas como lo son las personas que lo hacen. Un coreano puede que lo haga por motivos distintos a un finlandés, un español a un francés, un norteamericano a un suizo y así hasta terminar con casi ¡todas las nacionalidades del mundo. Las razones son muchas. Pero son aún más las que el peregrino descubre mientras camina. Y son todavía más cuando repara en las que llegan después de finalizarlo. Han tenido que pasar muchos años para descubrir uno de los mejores momentos de mi vida. Culminarlo frente al pórtico de la Gloria del maestro Mateo, que tuve frente a mis ojos por espacio de media hora, es una experiencia que sólo puedo calificar de milagro. Laico o religioso, qué más da.
Vuelta a la normalidad
Unos días fuera de Madrid han sido suficientes para desconfiar seriamente de una palabra tan normalita como normalidad. Parece inofensiva y siempre bien intencionada, pero hoy desconfío de ella. Si esto que me encuentro después de más de una semana de absoluta y programada desconexión, si esta es la nueva normalidad -tontería que se inventó Sánchez para echarnos mentiras durante la pandemia- y a esto es lo que he de acostumbrarme, entonces la normalidad es un disparate. Será eso, pero a la normalidad le han quitado la tranquilidad, el reposo, el sosiego, la calma y la reflexión. Yo pedía un café con leche, pongamos que en un barecito del camino en A Brea, y esperaba incómodo más de lo que estoy acostumbrado a que el camarero llegara con él. Aprendí a esperar. Y a entender que, para nuestra desgracia, la normalidad es esto de aquí, que no haces más que llegar a una cafetería y ya te han puesto la consumición y la cuenta en el platillo. Qué confundimos estamos.
En España, Sánchez, lleva meses haciendo lo que Trump pide, pero en las nalgas de Puigdemont, y no parece que las encuestas reflejen que la votancia, que le sigue y disculpa, le haya abandonado. Ha estado más rápido el norteamericano que el catalán, pero los dos gobiernan de la misma manera
Esta normalidad es la que hace que ayer sumara al vasto repertorio político de las injurias expresiones como esa de que alguien puede ser más tonto que un saco de ladrillos. La que permite que se cuele en mi cerebro eso que afirma el narcisista del pelo zanahoria, que en la guerra de los aranceles muchos dirigentes del mundo, y es literal, le están besando el culo para hablar con él. Vaya, me da por pensar, por una vez voy a sentir un cierto alivio con algo que hace Pedro Sánchez, no mostrar pleitesía y sumisión con este grandullón malencarado. Veremos lo que dura.
Es de suponer que los votantes de Trump, algunos, han de sentir cierta vergüenza de un tipo que precisa para gobernar que, quienes buscan acuerdos, le laman las posaderas. Aunque para qué me voy a engañar. En España, Sánchez, lleva meses haciendo lo que Trump pide, pero en las nalgas de Puigdemont, y no parece que las encuestas reflejen que la votancia, que le sigue y disculpa, le haya abandonado. Ha estado más rápido el norteamericano que el catalán, pero los dos gobiernan de la misma manera: con el culo recién besado para sacar tajada.
Me dijo un amigo antes de empezar el Camino que, al finalizarlo, sentiría que lo estaba comenzando. Que ya no tiene final. Pues eso, que ya estoy deseando empezar. Huir de esto que estúpidamente creemos que es lo normal.