La propuesta es asombrosa. En primer lugar no estaría de más recordar un suelto de la revista Gracia y Justicia de 1934: «Leemos acerca del entierro de un socialista: ‘El cadáver fue enterrado en el antiguo cementerio civil’. ¿Pero no habíamos quedado en que ahora todos los cementerios son civiles? Ahora son ellos, los laicos, los que llevan las diferencias hasta más allá de la muerte. Ahora, los cementerios católicos son civiles, pero los civiles son especiales…» El Valle no es, exactamente, un cementerio, sino una iglesia con tumbas. Pero las tumbas son civiles: allí yacen enterrados vencedores y vencidos, religiosos y ateos. He escrito una iglesia con tumbas. Mejor: una tumba bajo una iglesia. Una inmensa tumba en la que los cadáveres ya forman parte de la propia estructura del edificio: «Un cadáver colectivo insoluble», como escribió con sombría precisión Ferrándiz. Por lo tanto, si con su descabellada propuesta civil el presidente quiere liquidar la impronta religiosa –aunque no se me escapa que en semejante cabeza sea compatible esa voluntad con la imposibilidad de «resignificar»–, ya sabe lo que tiene que hacer. No levantar a pulso la cruz y el túmulo de 300 metros y llevárselos; no luchar a brazo partido con la banda de ángeles exterminadores que vigilan la abadía. Lo que tiene que hacer es volar civilmente el conjunto de hombres y piedras, en nombre de la memoria histórica y siguiendo el mandato del Génesis, que no en vano es el libro de cabecera de los adanes.
EL GOBIERNO más femenino de la historia de España (la donna è mobile qual piuma al vento, muta d’accento e di pensiero) ya no va a hacer un Auschwitz del Valle de los Caídos, como había propuesto uno de sus integrantes, el ministro Guirao. Me alegra porque ya escribí que me parecía contradictorio, y hasta un puro despilfarro, sobre todo en términos de audiencia, que teniendo ahí los restos del autor el primer paso del futuro auschwitz fuera trasladarlos. Fue el propio presidente el que descartó ayer el auschwitz. El proceso por el que llegó al descarte tiene interés, por representativo. El presidente llegó a Santiago de Chile y pidió ver un Museo de la Memoria, construido en homenaje a los asesinados y desaparecidos por la dictadura de Pinochet. Las crónicas cuentan que la visita no estaba prevista y que los chilenos hubieron de improvisar con gran nerviosismo. El presidente pareció muy impresionado y complacido por ese museo, eso cuentan, y la prensa socialdemócrata ya lo celebraba como si hubiera ido a tomar medidas. Pero horas después, ya en Bolivia, y debido probablemente al cambio de aires, dijo que era imposible «resignificar» el Valle y convertirlo en un museo de la memoria. Y que debía ser un lugar de reposo. Pero no un balneario. Un cementerio civil.