Gregorio Morán-Vozpópuli

Un señor de Móstoles se fue a tomar la fresca a su vieja casa de Castilla-La Mancha, se le enganchó una garrapata y acabó muerto en un hospital de Madrid. Complicaciones virales en una persona de 74 años. Anónimo, como ahora suele ocurrir con los muertos y los muy vivos. Sólo queda a la imaginación la singularidad de que el pueblo que se llama Buenasbodas (Toledo) se convirtió por arte de transcripción en Buenasbobas. ¿En qué estaría pensando el que redactó la nota? Quizá se enredó freudianamente sobre el papel de las garrapatas y su virtual dominio del presente.

Un verano para cardíacos. Si no era suficiente el espectáculo Begoña Gómez, una gran soirée de Estado con aportación de coros y danzas, llega Cataluña, o más bien continua el enredo hasta alcanzar cotas inimaginables: un presidente de la Generalidad socialista conseguiría el cargo bajo las premisas que provocaron el Procés de independencia. El sueño primigenio de todo nacionalista consiste en ser centro de la historia y hay que reconocer la evidencia de que nunca se ha hablado tanto de tan pocos.

De cómo un asunto de vanidad sobrevenida se ha ido convirtiendo en crisis institucional hace inevitable que se estudie con la misma minuciosidad que requiere la afectación dañina de la garrapata, un ácaro sin mayores consecuencias, salvo cuando se empodera por decirlo así. Entonces lo que parecía desagradable y vergonzoso se contempla como una manifestación de arrogancia dañina, ofensiva para quien la soporta.

Que Begoña Gómez haya entrado en nuestra historia cabría interpretarlo como un signo de los tiempos, marcados por saber aprovechar la oportunidad que concede el destino a los mediocres. Forzar la máquina de la fortuna hasta convertirla en irreconocible. Lo políticamente correcto exige un respeto por el lenguaje codificado, de tal modo que todo se puede decir sin dar la impresión de precisarlo. Un ejemplo, si se trata de una chica de buen ver que se ha esforzado por tener más cuerpo que cabeza, lo norma marca que se pase por alto este hecho primordial aunque sea obvio que con otro envoltorio no sería lo mismo. La primera sorpresa ante una figura como Begoña Gómez es tener que hablar de ella, cosa fuera de lugar si no se diera la singularidad de ser esposa de un presidente del Gobierno que se ha construido una imagen al estilo de Juno, la diosa de las interpretaciones, por un lado un simpaticón deportista de baloncesto -alto en un país de bajitos-, y por otra una jeta de hormigón armado que se mueve en un medio de rostros pálidos.

De cómo un asunto de vanidad sobrevenida se ha ido convirtiendo en crisis institucional hace inevitable que se estudie con la misma minuciosidad que requiere la afectación dañina de la garrapata

Sólo a la mujer de un presidente como Pedro Sánchez se le puede ocurrir con su irresistible bagaje cultural que quiera penetrar en el endogámico y deteriorado mundo académico. Si su marido es doctor con una tesis churreteada de encargo, por qué ella no va a ser licenciada en alguna materia vistosa y multiusos. ¿Acaso el marketing no es el nuevo bálsamo de Fierabrás que cura todas las heridas? Pues busca uno de esos centros privados de “todo a mil y más” y ya tiene la orla para enmarcar. No sé por qué temor insano nadie se ha tomado la molestia de relatar de qué privada se trata y que nos haga saber su condensado currículo intelectual. Tratándose de una personita de buen ver, con experiencia en el campo de las saunas de su padre (se encargaba de las cuentas del negocio), estamos ante un salto cualitativo que decimos los pedantes.

La esposa de un presidente tan arrogante y suficiente como Pedro Sánchez no pensará en hacerse feminista militante, ni promotora de sociedades benéficas. Tiene una licenciatura en marketing, ahí es nada, y se codea con los poderes reales. Hacerse una cátedra propia en la Complutense es un camino lógico; apenas hay que forzarlo. Una llamada aquí, una carta allá. ¿Quién le va a decir que no o hacerle un feo a la esposa del presidente del Gobierno? Señora, por favor. ¿Qué quiere promover una cátedra propia sobre tema tan fascinante como la Transformación Social Competitiva? Pues no se nos había ocurrido, pero es interesante porque pensándolo bien es una temática que ofrece un hueco que cabría llenar. Nadie mejor que usted para promoverlo y además tendremos el gusto de ver el rostro radiante de su marido; no mucho, pero alguna vez. Basta con eso, nosotros hacemos un favor a la ciencia del marketing y usted nos echa una mano en la puesta a punto de nuestros márgenes. Transparencia total, por supuesto; es algo tan inocente y socialmente benéfico, viniendo de usted, para nada comprometida en la titánica tarea de su esposo.

Como curioso que soy me gustaría saber quién fue el primero que empujó la primera carta del castillo de naipes. Nada de conspiraciones, algo muy sencillo y nada sutil. Podría certificar que las manos sucias de los Manos Limpias están muy lejos de ese chiste que desencadenó este estropicio; les viene grande a personajes dentro de toda sospecha. Por otra parte el tema de fondo ronda la estupidez más absoluta: una trepa con tiempo libre y medios sobrados trata de abrirse un camino en un mundo económico de fácil promoción. Pero habrá de ser el marido, como en los dramas de familia del Romanticismo, el que marque el tono de la orquesta. Suspenderlo todo durante 5 días es algo que va más allá del teatro romántico. El protagonista hizo de personaje de Zorrilla y desenvainó la espada.

Y apeló al amor. Que un cínico desvergonzado con la mochila cargada de experiencias exhiba una extremada sensibilidad sentimental nos sitúa ante la prueba del ridículo o de la razón. Los filisteos se inclinan por dar un voto de confianza al corazón. Se equivocan porque no tendrá piedad con ellos cuando se carcajee de su ingenuidad. Un obseso del poder no se amilana porque digan que su esposa no es honrada; lo proclamó el propio César. Ya se encargarán los coros de ángeles y arcángeles de diluirlo en chascarrillo. No hay caso. Lo que traducido quiere decir: “no voy a hablar de ello, porque quien propone de qué cosas hay que hablar y cuándo soy yo”. Así aprenderán que para no hacer el ridículo y evitar ansiedades hay que esperar a que el Presidente se pronuncie. No existe otro principio que otorgue garantías para no equivocarse. Y eso tiene validez para todo, no sólo en lo que afecta a su inmaculada esposa, la mudita presa de pánico escénico. Un modo de gobernar persistente e inquietante como una garrapata.