El terrorista vierte «sangre simbólica», no individualiza a sus víctimas, porque éstas son sólo el envoltorio de la reivindicación. El terrorismo tiene una cuota de simpatizantes entre las muchedumbres, un porcentaje de gente con miedo y una parte que mira obstinadamente hacia fuera del lugar en el que se representa el drama. En cambio, quienes matan a sus mujeres no tienen simpatizantes.
A falta de hallar el cadáver de la infortunada Marta del Castillo, no podremos saber si los detenidos van a ser acusados de participar en un homicidio o en un asesinato. La autopsia podría determinar si aún vivía cuando la arrojaron al río o cualquier otra circunstancia que pudiera cambiar la calificación de homicidio por la de asesinato.
No parece muy probable que éste sea un caso de violencia de género. Los medios de comunicación hemos contado que Marta del Castillo y su presunto homicida/asesino fueron novios. Eso tuvo lugar durante dos meses hace ya dos años. ¿Se puede emplear con rigor la palabra novios? Dos meses de relación entre dos adolescentes de 18 y 15 años, ¿son algo más que haber salido con alguien dos años después? El término novios galopa hoy hacia el desuso. Parejas de personas adultas que llevan más de un año de relación estrecha y monógama recurren a múltiples sinónimos para evitarlo y no digamos entre los jóvenes.
Menos sentido aún tiene el concepto acuñado en los ámbitos del feminismo oficial, el de terrorismo de género. El terrorista vierte lo que Juan Aranzadi llamó hace ya bastantes años «sangre simbólica». No individualiza a sus víctimas, porque éstas son sólo el pretexto de su mensaje, el envoltorio de la reivindicación. Los tipos que matan a sus parejas, novios, maridos o amantes, categorías que se refunden en el genérico e impreciso compañero sentimental de las crónicas de sucesos, no quieren matar a las mujeres en general; se conforman con la suya propia, tomando el posesivo en un sentido literal. Es lo que les distingue del terrorista o del psicópata.
El acto no lleva mensaje, carece de sentido y se agota en sí mismo. En general, una vez satisfecha su sed de venganza, tiende a suicidarse o se entrega a la Policía.
Por eso, los crímenes pasionales o domésticos o de pareja no suelen llevar aparejadas las circunstancias modificativas de alevosía, precio o ensañamiento, entendido según el DRAE y el Código Penal como el aumento deliberado e inhumano del dolor de la víctima.
Otro de sus rasgos característicos es que el terrorismo tiene una cuota de simpatizantes entre las muchedumbres, un porcentaje de gente con miedo y una parte que mira obstinadamente hacia fuera del lugar en el que se está representando el drama. Los psicópatas o quienes matan a sus mujeres no tienen simpatizantes.
¿Cómo clasificar ese concierto de voluntades para deshacerse del cadáver? Esa fratría que lleva al presunto a recabar la ayuda de un hermanastro y dos colegas para deshacerse de la víctima y a éstos a prestársela sin dudarlo, sólo encaja bajo la definición de idiotas morales, acuñada por Norbert Bilbeny. Y el relato que el periodismo está haciendo de los hechos. El domingo, una cadena entrevistó a la actual novia del detenido, la mitad inferior de un rostro infantil llenando la pantalla: una nariz infantil, labios de niña y un mentón de niña. Catorce años de niña haciendo bolos por las televisiones para contar su consternación y su desgracia. Pensé que los únicos idiotas morales no eran el homicida y su cuadrilla.
Santiago González, EL MUNDO, 18/2/2009