Editorial-El País
El homenaje a dos etarras muestra las dificultades de la normalización vasca
El pasado domingo, unos doscientos vecinos de Andoain (Guipúzcoa) celebraron en el centro del pueblo un homenaje a dos etarras involucrados en el asesinato de Joseba Pagazaurtundua. Los ensalzados protagonistas de este ignominioso acto, Iñaki Igerategi e Ignacio Otaño, han cumplido seis años de prisión tras haberse encargado del cobro de la extorsión a la que sometía ETA a empresarios vascos y por ser los chivatos que facilitaron a la banda el ataque a Pagazaurtundua, militante socialista.
El homenaje no es solo un insulto para las víctimas del terrorismo y un hecho que denota una falta absoluta de sensibilidad hacia ellas. Puede haber vulnerado la Ley de Víctimas promulgada en el País Vasco en 2016 y, además, ser constitutivo de un delito de enaltecimiento del terrorismo. Por eso, la Fiscalía de la Audiencia Nacional abrió el lunes una investigación sobre lo ocurrido.
El triste espectáculo de Andoain —en el que, por cierto, hubo muchos niños— sigue repitiéndose todavía con demasiada asiduidad en el País Vasco más de seis años después de que la banda terrorista, derrotada, haya depuesto las armas. Según la dirigente popular Amaya Fernández el año pasado se produjeron en Euskadi 78 homenajes similares. Ello viene a demostrar que, en efecto, como ha declarado el lehendakari Íñigo Urkullu, parte de la sociedad vasca sigue atascada en esa diabólica dinámica que ha convertido en héroes a chivatos y matones y que ha humillado sistemáticamente a las víctimas. Demuestra también que el daño social que causan cuarenta años de terrorismo, extorsión y propaganda no se extingue tan fácilmente.
El homenaje de Andoain ha tenido más repercusión que el resto de los que se organizan para recibir a los presos excarcelados porque en el mismo pueblo se había celebrado días antes un acto en memoria de Joseba Pagazaurtundua. También, porque seis dirigentes del PP se enfrentaron a los manifestantes, lo que les costó los consabidos insultos. De hecho, Urkullu ha sido cuestionado no por el homenaje a los chivatos, si no por la protesta de los populares. Paradojas de esa dinámica infernal que se ha adueñado de la sociedad vasca durante tanto tiempo. Finalmente, lo de Andoain ha trascendido más porque el acto contó con el consentimiento de la alcaldesa Anne Karrere, de EH Bildu, una formación que oficialmente proclama, sin embargo, su voluntad de reconciliación.
Frente a tan lamentables circunstancias conviene analizar en perspectiva los avances de la sociedad vasca hacia la reconciliación. Los homenajes no son actos masivos como antaño y el Gobierno Vasco está firmemente comprometido en la tarea de restañar las heridas abiertas en una sociedad rota tras más de 800 muertos y 20.000 víctimas de armas, extorsiones y secuestros. A la importante Ley de Víctimas se ha añadido un discurso oficial claro por la normalización y se han promocionado iniciativas como los encuentros entre víctimas y perpetradores. Se trata de recuperar unos valores que el terror pervirtió durante demasiado tiempo. Ojalá este homenaje sea solo un eco del pasado en vías de extinción.