JON JUARISTI, ABC – 03/05/15
· Unos intelectuales vuelven a la política y otros se van de copas. Nada nuevo bajo el sol de mayo.
Alguna publicación de las autodenominadas culturales afirma que los partidos están buscando figuras de prestigio intelectual para encabezar sus listas y menciona los ejemplos de Ángel Gabilondo y Luis García Montero, candidatos del PSOE y de IU, respectivamente, a la presidencia de la Comunidad de Madrid. ¿Valen como ejemplo? Sin duda, Gabilondo y García Montero pasarán a la historia, si es que pasan, como filósofo y poeta, no como ministro ni agitador. Pero, ¿son intelectuales? A ver si nos aclaramos: el intelectual era un señor que escribía en los periódicos con la pretensión de influir en la política mediante el despliegue de argumentos supuestamente racionales (aunque no pasasen de razonables y a veces ni eso, pero la pretensión, al intelectual, no se la quita nadie).
Considérese, sin embargo, la siguiente afirmación de Luis García Montero en una de sus últimas alocuciones a las masas: «Cuando el pensamiento vio a una persona que sufría se hizo corazón para ser de izquierdas». ¿Tiene alguna pretensión de racionalidad tal enunciado? Ninguna. Todo lo contrario. Si lo entiendo bien, es una defensa poética de la renuncia a la razón en aras de la emotividad filantrópica. Una defensa superflua, por cierto. Hace mucho tiempo que la izquierda, unida o desunida, cambió la nefasta manía de pensar por la poesía ingenua y sentimental. Por eso echa mano de poetas con lectores (IU) o de filósofos sin lectores (PSOE). Lo fundamental es que tengan prestigio de intelectuales. O sea, de lo que no son. Un poeta es un poeta. No lo toquéis ya más, que así es la rosa.
Gabilondo y García Montero, mira por dónde, son también catedráticos de universidad, como yo mismo, y además catedráticos de esas cosas que antes se llamaban Letras o Filosofía y Letras. Son colegas y amigos míos. Y buena gente. Los comprendo muy bien. En la actualidad no hay peor destino para los catedráticos de disciplinas humanísticas que las universidades públicas. El tipo de humillaciones a las que dicha corporación se ve cotidianamente sometida para lograr su extinción en breve plazo resulta horripilante. Tanto, que hasta la política puede parecer una alternativa honrosa a las asechanzas ministeriales o a las frondas de los estamentos universitarios en edad de merecer.
En general, los políticos odian a los intelectuales, y probablemente con razón. Porque los sedicentes intelectuales, aunque sean de izquierdas, fingen que piensan, actividad que conturba y desazona a los políticos. Por supuesto, los partidos de derechas impiden la presencia de intelectuales en sus filas y recurren a cabezas (de lista) como Esperanza Aguirre o Cristina Cifuentes, damas de acción que se estrellan en motos, provocan persecuciones policiales o caen en helicópteros, como en las pelis de Ridley Scott. Hacen bien. Eso tranquiliza mucho a sus votantes. Compárese con el pollo que ha montado en Podemos la dimisión de Monedero. Hasta Pablo Iglesias ha intentado justificarla calificando a su amigo de intelectual, o sea de alma entregada a las aventuras sublimes del pensamiento, incompatibles con la política (y con la televisión, según el propio Monedero). Intelectual, vaya que sí, es un marbete que conviene a Monedero, puesto que ha confesado anteponer en sus pasiones la lectura de Eduardo Galeano a Juego de
Tronos. En mi época también se consideraba intelectual al que prefería la poesía de Gloria Fuertes a las películas de Tony Leblanc. Si persevera Monedero en su desprecio del mundo, lejos ya de las vanas ambiciones de la casta, acabará descubriendo a Juan Goytisolo, otro imprescindible demoledor, como Eduardo Galeano, del fundamentalismo de la tecnociencia. O de la ciencia a secas.
JON JUARISTI, ABC – 03/05/15