REBECA ARGUDO-ABC

  • Así que cuando llega el sátrapa de antes con su ley infame, ya no les atendemos de puro tedio

Acabo de recibir un libro en el que varios pensadores analizan un acontecimiento político-social de rabiosa actualidad. No entraré en detalles porque no es lo importante, pero me sirve para arrancar esta reflexión sobre un asunto al que llevo dando vueltas desde hace un tiempo: la utilidad para la sociedad de la existencia de una élite intelectual. En realidad, voy más allá, a la utilidad efectiva de nuestra actual élite intelectual y su responsabilidad social. Entenderán que en 500 palabras no vaya a enunciar una elaboradísima tesis, por múltiples razones. Entre ellas, además de la extensión, la de no pertenecer a esa élite intelectual y, por lo tanto, no contar con las herramientas ni la autoridad para hacerlo de manera epistemológicamente irreprochable. Pero sí voy a esbozarla, porque aquí hemos venido a jugar y porque, si lo piensan, no deja de tener cierta gracia que lo haga, precisamente por eso.

De manera intuitiva, me atrevería a decir que el trabajo del intelectual sería el de poner al servicio de la sociedad sus conocimientos, observando y evaluando lo que acontece, y generar ideas de utilidad para todos. Me lo invento: imaginen que un sátrapa cualquiera quisiera imponer, en un Estado de derecho, una ley injusta sin el consenso necesario y saltándose los cauces establecidos mediante argucias. Ahí deberían los intelectuales correspondientes, digo yo, enunciar la interpretación que desde el conocimiento profundo de la materia hacen del acto y transmitir esa información al resto de la sociedad para que esta pueda, con conocimiento de causa, reaccionar de un modo u otro.

Pero, ¿qué pasa cuando el intelectual se detiene en el paso previo a la acción? ¿Qué ocurre cuando se olvida de la utilidad social y encuentra suficiente satisfacción en el ejercicio público de la teoría y el consiguiente reconocimiento, independientemente de que las ideas se transmitan de manera efectiva o resulten de utilidad? ¿De qué nos sirve el mero proyecto de onanismo intelectual autojustificativo? Precisamente porque creo en su utilidad, más en tiempos inciertos como estos, me produce un bochorno considerable nuestra actual élite intelectual. Entiéndase ‘élite intelectual’ como se entiende ‘mundo de la cultura’: la cáfila de personajes autorreivindicados que han profesionalizado la sobreeexposición de la militancia a uno y otro lado del espectro ideológico (con honrosas, y escasas, excepciones), y han convertido la divulgación de valiosas ideas en un artefacto pirotécnico de consumo propio. Algo así como las adolescentes con lápices de colores que, a la menor desgracia, publican en redes el dibujito cuqui y solidario que les reportará el ‘like’ complaciente de otras adolescentes con lápices. A nuestras brillantes adolescentes con lápices (y lecturitas) les satisface, más que el hecho de que comprendamos, que no les cuestionemos. Si no les aplaudimos, ya se aplauden ellos, es lo de menos. Así que cuando llega el sátrapa de antes con su ley infame, ya no les atendemos de puro tedio. Y porque ya ni les creemos. ¿No nos están fallando? O tenemos una élite intelectual inservible o bien una en dejación de funciones. Y no sé qué es más inquietante.