Los dirigentes políticos no tienen claro el cómo y el cuándo les convendría más el final de ETA. Ni que puedan determinar ese escenario con seguridad para su rentabilización partidaria. Por eso actúan con intermitencias. El problema es que ninguna solución que convenga a alguien en particular será capaz de acabar con ETA. Es la gran lección de todos estos años.
Las formaciones democráticas y sus dirigentes siempre se han enfrentado al terrorismo convencidos de que el cuándo y el cómo de su final determinaría el futuro partidario de la política vasca. Que dibujaría un cuadro poco menos que definitivo de triunfadores y perdedores a cuenta de un empeño que debería ser común. Cuando la confrontación partidista llega al extremo, es frecuente que algún responsable haga oír su voz acusando al adversario de desear que ETA continúe. Pero, frente a tan incalificable exceso, puede resultar más razonable preguntarse si a lo largo de los últimos años no ha habido partidos, núcleos dirigentes o determinadas corrientes políticas que han dado muestras de no querer acabar ni rápida ni drásticamente con ETA. Y no precisamente por un acusado sentido de la realidad, desde el que podía considerarse imposible el objetivo. Más bien porque cada cual ha concebido su liturgia ideal, el calendario óptimo, las circunstancias más deseables para que ETA llegase a su final. Es decir, las condiciones convenientes para que ese final acabara beneficiando a quien así proyectaba su interés particular.
Pero es probable que con el tiempo los principales protagonistas de la política vasca hayan ido adoptando una actitud más escéptica respecto a la rentabilidad partidaria del final del terrorismo. Quizá también porque resulte imposible y, por tanto, inútil pronosticar cómo y cuándo sucederá. Algo ha cambiado y posiblemente para bien. Los dirigentes políticos no tienen tan claro el cómo y el cuándo les convendría más para su particular recolecta de adhesiones electorales. Sobre todo no tienen nada claro que puedan determinar el escenario final de ETA con la precisión y la seguridad que requeriría su rentabilización partidaria. Por eso actúan con intermitencias. A veces creen saber lo que más les interesa y creen, además, poder lograr exactamente eso y en un momento preciso. Y se les nota. Pero pronto desisten del empeño, y es otra formación la que pasa a actuar en el papel de pretencioso. Hasta que también renuncia a esforzarse en ello. Ahora sólo hace falta que todas las formaciones comprendan que les interesa acabar con ETA cuanto antes. Si llegasen a esa convicción seguro que surgiría la fórmula más adecuada para lograrlo. Pero las intermitencias de los últimos tiempos denotan que hay algo en su interior que les impide verlo claro también porque continúan soñando con la solución perfecta en tanto que más conveniente para cada cual. El problema es que ninguna solución que convenga a alguien en particular será capaz de acabar con ETA. Es la gran lección de todos estos años que los partidos se resisten a aceptar del todo.
Kepa Aulestia, EL CORREO, 28/12/2006