IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Sánchez trata de exportar a escala europea la estrategia de polarización que le ha dado rédito en la política doméstica

Entre los numerosos defectos de Pedro Sánchez no figura, desde luego, la falta de intuición para establecer marcos electorales. Los años de Iván Redondo como consejero áulico (ahora sustituido por Zapatero y otros visitadores) lo convencieron de que el estímulo emocional tiene en la política posmoderna una importancia clave como elemento canalizador de voluntades, y su propio instinto populista le ha ayudado a entender la necesidad de simplificar los mensajes. En ese campo se mueve con mucha más soltura que sus rivales; mejor que Vox, al que la hipérbole siempre le acaba perjudicando, y por supuesto que los populares, incómodos por naturaleza ante debates polarizados que los dejan al margen y desasosiegan el ánimo moderado de la mayoría de sus votantes.

Consciente de dónde puede encontrar su mayor fuerza, el presidente ha decidido repetir en esta campaña la estrategia que en julio pasado le permitió escapar de un fracaso cantado en todas las encuestas. En realidad ya no tiene otro discurso porque después de haber puesto su suerte en manos de todos los grupos antisistema sólo le queda la opción de erigirse en adalid de la resistencia frente al auge de la ultraderecha, en la que incluye al PP para convertirlo en parte esencial del problema. Se trata de exportar a escala europea el frentismo que le ha dado rédito en la escena doméstica. Una confrontación ideológica asfixiante, extrema, con la que intentar alzarse al liderazgo continental de la malparada izquierda.

Para ello el plan contempla la fagocitación de todo el voto a su izquierda –y parte del nacionalismo–, y los sondeos parecen indicar que la está logrando. La insustancialidad de Yolanda Díaz y su ruptura con Podemos han reducido a Sumar a un papel más irrelevante que secundario. El alineamiento con Palestina frente a Israel, a costa de despertar el sentimiento antisemita, forma parte de las maniobras de ocupación de ese espacio, que de tener éxito pueden hacer del PSOE el partido socialista más votado en el ámbito comunitario. Desde esa posición, si las cosas se ponen feas en España el presidente podría tener abierta la puerta de un salto a Bruselas en algún alto cargo al que su amiga Von der Leyen no pondría reparos con tal de mantener en la UE el consenso bipartidista clásico.

Todo eso se puede venir abajo si la derecha se sobrepone a su tradicional depresión de última hora. El Partido Popular tiene la oportunidad de reivindicarse a sí mismo con una victoria histórica, un resultado contundente que proyecte una legislatura coja. Ése era el escenario que hace dos meses pronosticaba la demoscopia, y que se ha ido desdibujando por incapacidad de la oposición para responder a las operaciones de distracción urdidas en la Moncloa. Las elecciones no se ganan solas, y si el electorado antisanchista se desfonda no tendrá derecho a esperar que la solución venga de Europa.