IGNACIO MARCO-GARDOQUI-EL CORREO

A los progresistas de toda índole, condición y meridiano les encanta decirnos lo que debemos comer, enseñar a nuestros hijos, pagar, etc. No sé de dónde sacan la autoridad moral necesaria para suponer que lo hacen mejor que nosotros, máxime cuando en todos los lugares en donde se aplicó la fórmula ha resultado un soberano fracaso, en forma de racionamiento, mercado negro, carestía y miseria. Recuerde lo sucedido antes en la Unión Soviética y ahora en Cuba o Venezuela.

Bueno, pues la vicepresidenta segunda propone topar los precios de los productos esenciales de la cesta de la compra. Una idea recibida con desigual agrado y variada oposición entre las distintas partes contratantes del variado Gobierno que nos gobierna. Si la vicepresidenta tercera, que está por debajo en el escalafón, topa el gas, ¿cuál es la razón por la que ella no pueda topar lo que le dé la gana?

Sin embargo, la idea no tiene un pase. ¿Fijar el precio del pan? ¿De cuál? ¿Del blanco, del integral, de maíz, centeno, semillas, soja, sin sal, del de los celíacos, los alérgicos? Más, ¿de la barra, del bollo, del mollete, del molde, de las otanas? ¿Vendidos dónde?, ¿en las grandes superficies, en las panaderías, en las tiendas de los pueblos, en las gasolineras?

Luego, si fijas el precio del pan tendrás que fijar también el precio de los componentes necesarios para su elaboración, es decir el de la harina, las levaduras, las semillas… Sin olvidarte de los hornos de cocción y, por supuesto, el de la propia electricidad.

Después habrá que hablar con los productores de todo ello, que algo tendrán que decir y nos resta el pequeño asunto de su legalidad. Si se hace a través de un acuerdo entre productores y distribuidores, atentará contra las leyes europeas de la competencia por concertarse para fijar precios y, si lo impone, violaría el artículo 38 de la Constitución, que establece la libertad de empresa en la economía de mercado. El artefacto que más riqueza y mayor bienestar ha creado desde que se pintaron las paredes de Altamira. También cabría recordarle lo exiguo de los márgenes con los que trabaja la distribución, cuyo negocio se basa en la cantidad y no en el precio.

Por el contrario, si lo que pretende es tan solo que los distintos escalones de la distribución ofrezcan una lista de productos esenciales rebajados, para eso no hace falta tener ocupada a toda una vicepresidente. Eso sucede todos los días, en todos los lugares y a todas horas. Solo hace falta que les convenza de su utilidad, pero no es necesario que les obligue a hacerlo. Y si apela al precedente francés, debería completar la información con las razones por las que ya no existe como ejemplo.