Miquel Escudero-El Correo

Hay víctimas de accidentes fortuitos y a causa de cataclismos naturales, pero también de maldades de distinto género; y éstas son las que se desfiguran y no pocas veces se blanquean. La verdad de las víctimas siempre incomoda a quienes se aprovechan de ellas, y por esto las tergiversan. Según la magnitud del daño ocasionado, corresponde aplicar la hoy llamada ‘tolerancia cero’: contundencia y ninguna compasión con quien a conciencia hace grave daño y sigue incluso mortificando después; no importa que haya detrás ‘un pueblo’ bendiciendo las atrocidades de la violencia y la crueldad ejercidas contra personas de carne y hueso.

Sucede que el victimismo estridente desvanece la imagen de las víctimas reales. Algunos confunden la tolerancia cero con una intolerancia infinita a la que se llega por interpretaciones abusivas e indiferentes a la intencionalidad que puedan tener las acciones y escritos que son denunciados como reprobables. Se condena sin escuchar ni leer, y las faltas de tacto, delicadeza e inteligencia quedan convertidas automáticamente en ataques de lesa humanidad que deben ser castigados con las consecuencias de un fuego eterno. Es la hora de los puritanos que exhiben una hostilidad insaciable y sectaria, siempre hipócrita.

Estas condenas a ‘los otros’ se expanden a cualquier ámbito e ideología. Con un apego intenso a lo literal y un desprecio absoluto al contexto se ha abierto paso una inquisición laica que se concreta en el fenómeno que en Estados Unidos se llama ‘cancelación’: se aparta a los malhechores y se les activa un diluvio de represalias, una feroz y airada indignación que sojuzga y liquida la vida social.