Luis Ventoso-ABC

Una cosa que ayuda es noser promocionada a dedopor tu pareja

Mi suegra nació y se crió en el último valle de Navarra con Francia. Su idioma de la infancia era el vasco; el de verdad, no el de laboratorio (tal vez por eso apenas entiende la ETB). Gasta un carácter tan recio y sólido como aquellos montes prepirenaicos que divisaba desde los prados de su pueblo. Buena persona, honesta y de fiar. Pero siempre ha abominado de los comportamientos gregarios y ha salvaguardado su libertad con una voluntad brava, indómita. A mi mujer y a su hermana les inculcó desde muy pequeñas una máxima: «Niñas, vosotras tenéis que ser independientes. Nunca dependáis de un hombre». Sin siquiera saberlo era una auténtica feminista.

Me acuerdo mucho de ella cuando nos empalaga el súper-feminismo-pose de Irene Montero y su cansino Ministerio de Intromisión en la Vida Privada (la última idea llegó la semana pasada: una ley para que se instaure un «teletrabajo con perspectiva de género»). La ministra arenga a diario a la población con un soniquete de superioridad moral faltón. Al parecer, solo defienden los derechos de las mujeres quienes comparte su cóctel ideológico, un izquierdismo populista/populachero, trufado con una extraña obsesión con la causa LGTBI, que estadísticamente es minoritaria. Las mujeres que no estén en esa esfera «progresista» pasan a ser seres sumisos de conciencia femenina atrofiada, aunque le den varias vueltas a Irene en éxito profesional ganado a pulso e independencia. En cuanto a los hombres, Irene es tan anticuada -o se rodea de varones tan extraños-, que según sus denuncias de brocha gorda todos somos unos neardentales opresores y proclives al maltrato. El mundo real, por supuesto, no es así. El respeto a las mujeres y su defensa no es un monopolio de la izquierda.

El problema, admirable Irene, es que tu ejecutoria personal constituye un pésimo ejemplo para las causa de las mujeres. Porque toda tu carrera política la has hecho impulsada por el dedo protector de tu pareja, que resulta que es, ¡ay!, un hombre. Un varón que se ha distinguido además por promocionar políticamente -o dejar caer- a sus sucesivas novias a tenor de cómo evolucionaban las relaciones amorosas (puede contarlo Tania Sánchez, que tras romper con el líder se vio relegada en Podemos e incluso reubicada en el Congreso para humillarla tras una columna). Irene, tu progresión en Podemos arranca como la espuma precisamente cuando inicias tu relación con el líder del partido (¿feminismo?). Irene, tu pareja te convirtió en portavoz en el Congreso desplazando a Errejón, que se pilló tal globo con el dedazo que dejó el partido (¿feminismo?). Irene, el padre de tus tres hijos y el hombre con el que vives te ha hecho alto cargo en Podemos y ministra, dándose el caso insólito y nada ejemplar de que tenemos a una pareja sentada en el consejo de ministros (¿feminismo?). Irene, todo lo que eres en política se lo debes al respaldo de él (¿feminismo?).

Así que, por favor, antes de la próxima arenga, recapacita. Si quieres ser feminista, anótate lo que decía mi suegra: válete por ti misma sin buscar la muleta de un hombre, o deja de dar la lata.