Cristian Campos-El Español

Dice Pablo Fernández, portavoz de Podemos, que Irene Montero pasará a la historia como la mejor ministra de Igualdad de la historia.

Debe de ser sarcasmo, teniendo en cuenta que las otras aspirantes al título son Bibiana Aído y Leire Pajín, símbolos del desembarco de una generación de políticas jóvenes (siempre eran mujeres: a ellos se les seguía exigiendo cierto bagaje) sin experiencia profesional o mayor hito que su apadrinamiento por los hombres adecuados.

El drama mercadotécnico en 2008 fue de hecho de órdago. Cuando José Luis Rodríguez Zapatero nombró a Bibiana Aído ministra de Igualdad lo único que pudo destacar de ella es que era la mujer más joven en ocupar un cargo de ministro. Aído era protegida de Chaves y directora del Centro Andaluz del Flamenco cuando Zapatero se fijó en ella. Se había afiliado al PSOE andaluz con 16 años.

Una vez en el cargo, Bibiana Aído puso en marcha, entre otras iniciativas, un teléfono para que los hombres «canalizaran su agresividad» y en el que se gastó más de 400.000 euros. Quedaba inaugurada así la era de la política del insulto a los ciudadanos desde el Gobierno, de los gestos absurdos y del chorradismo a precio de caviar que hoy vive su apogeo con la generación de políticos más vacuos de la historia de Occidente.

Todavía hoy hay ciertas cosas que sólo se dicen de Irene Montero en petit comité, incluso dentro de Podemos. Pero tampoco tienen secreto porque están a la vista de cualquiera que haya vivido tres o cuatro décadas en el planeta Tierra.

Pablo Fernández debería saber, en cualquier caso, que lo grave no es tanto pasar a la historia por tus incapacidades como no pasar en absoluto, y que el destino de Montero será el de tantos otros que llegaron, hicieron dos o tres idioteces con nuestro dinero porque tampoco había cera para más, y se diluyeron luego en el olvido.

De Aído y Pajín todo lo que recuerda el español medio es que fueron ministras florero y que han acabado en la ONU, que suele ser el Marina d’Or preferido de este tipo de profesionales de la nada. Eso dirían los españoles, preguntados al azar, y la información es, con matices, correcta. Pero ¿dónde acabará Montero, que ni siquiera tiene al PSOE para mover influencias en las Naciones Unidas?

¡Pero si a duras penas recordamos a Manuel Gutiérrez Mellado, primer vicepresidente de la democracia, artífice de la democratización de las Fuerzas Armadas y el único que plantó cara en el Congreso de los Diputados a los golpistas del 23-F!

Como para recordar a Irene Montero. Una mujer que, como decía un editorial de EL ESPAÑOL, ha querido reinventar la democracia, la ciencia jurídica, el feminismo y la naturaleza humana, evidentemente sin conseguirlo, y que apenas podrá anotar en su listado de logros el haber sacado a la calle a unos cuantos cientos de violadores.

Pero a Irene Montero, eso sí hay que concedérselo, sí la recordarán tres sectores sociales muy concretos por causas muy específicas.

El primero, el de las feministas, que la recordarán como la primera ministra de la democracia incapaz de responder a la pregunta de qué es una mujer. Y eso que es madre y que esa circunstancia suele darle alguna pista útil incluso a las más reacias.

El segundo, el de las víctimas de violencia sexual, que la recordarán como la ministra que liberó a sus agresores.

El tercero, el de los trans.

Datos de la National Library of Medicine dicen que el 82% de los trans han considerado suicidarse y que el 40% de ellos lo intentan.

¿Qué ocurrirá con esos porcentajes cuando todos esos adolescentes que no sufren disforia de género, pero que verán despejado de obstáculos el camino hacia la mutilación de sus cuerpos gracias a la ley de Igualdad, descubran que nunca fueron trans?

¿Que la incidencia real de la disforia de género es infinitamente menor que la que se les vende?

¿Que la transición no es un procedimiento quirúrgico limpio y sin secuelas, sino algo muy diferente y que muchos sólo descubren una vez el proceso es irreversible?

¿Que nadie les habló jamás como adultos para decirles que la desorientación adolescente y la búsqueda desesperada de aceptación social es sólo una fase, y que son y serán para el resto de sus vidas víctimas de esa psicosis social (Abigail Shrier lo llama «moda») que gente como Irene Montero alienta en cuerpos ajenos?

Desde un punto de vista maquiavélico, nada beneficia más a los rivales de Pedro Sánchez que la permanencia de Irene Montero en el Consejo de Ministros, que es lo mismo que pasa con el veneno de serpiente: mejor en los colmillos de la bestia que en el torrente sanguíneo de la víctima.

Destituir a Irene Montero la convertiría en la mártir de un partido al que cada día que pasa se le descuelgan unos cuantos miles de votos y que reactivaría a su hoy desmotivado electorado si se le ofreciera en bandeja un casus belli como ese.

Y por eso uno debería pedir la dimisión de Irene Montero con la boca pequeña, confiando en que el mensaje no llegue demasiado lejos, si lo que se quiere es derrotar a Sánchez.

Como decía otro editorial de EL ESPAÑOL, si Pedro Sánchez no destituye a Montero, Montero «destituirá» a Sánchez en 2023. Aunque lo que hará primero es llevarse por delante a unos cuantos alcaldes y barones autonómicos del PSOE.

Siempre les quedará la ONU. De hecho, dicen en el propio PSOE que alguno ya está en ello. El más listo de todos.