Iñaki Ezkerra-El Correo
El revisionismo desde la corrección política acaba tocándote a ti mismo
Lo llaman presentismo y es el fenómeno que ha inspirado la estatuafobia que nos ameniza los telediarios, y que ha hallado un receptivo eco en el partido morado. Jéssica Albiach y Sonia Vivas, presidenta una de la filial de Podemos en el Parlamento de Cataluña y concejala la otra en el Ayuntamiento de Palma, han propuesto, respectivamente, retirar la efigie de Cristóbal Colón en Barcelona y la de Fray Junípero Serra en la capital balear. Irene Montero no ha condenado ni esas propuestas ni el ataque que ha sufrido el segundo de esos monumentos y propone una revisión crítica de nuestra Historia. El problema que tiene ese revisionismo desde los valores actuales y la corrección política es que no se queda en retirar estatuas ni en censurar películas, como ‘Lo que el viento se llevó’, ni en quitar nombres de calles, sino que acaba tocándote a ti mismo cuando tienes un pasado genealógico poco progresista que tu apellido se empeña en hacer valer. Dicho de otro modo, queda raro ser vegano apellidándote Carnicero, feminista apellidándote Macho o antirracista apellidándote Matamoros. Queda raro ser ateo apellidándote Iglesias o animalista y enemiga de la caza apellidándote Montero.
Siento decirlo pero, si procedemos al tipo de revisión crítica que le gusta a Podemos y practica drásticamente con nuestros antepasados, habrá que empezar por los apellidos políticamente incorrectos del ministro de Derechos Sociales y la ministra de Igualdad. Él tiene un apellido confesional que, puestos en su lógica demagógica, puede herir la sensibilidad laica de los ateos. Y ella nos recuerda con el suyo ese deporte de la caza del que tanto abomina su ideología. ¿Qué otra cosa es un montero que el que se dedica a las monterías que tanto les gustan a los de Vox? El diccionario de la RAE es con esa palabra más sangrante de lo que cabía esperarse. A la definición de «persona que busca y persigue la caza en el monte, o la ojea hacia el sitio en que la esperan los cazadores» añade otra más ominosa aún para todo antitaurino que se precie de serlo. Montera -según la RAE en su tercera acepción- es la «gorra que lleva el torero en armonía con el traje de luces». Un montero animalista sería, en fin, un oxímoron andante. Y, si además hablamos de ‘una’ montero feminista, la contradicción clama al cielo pues estamos ante una mujer que lleva onomásticamente marcado a sangre y fuego en su DNI el sello sexista de la sumisión heteropatriarcal.
La ministra Montero no puede apellidarse por más tiempo de ese modo y debe pedir perdón a la fauna peninsular por los desmanes de sus ancestros. Si somos presentistas y revisionistas, lo somos para todo. ¡Que los jabalíes la perdonen!