JAVIER ZARZALEJOS-EL CORREO
- El peligro viene de la reacción unionista al triunfo del Sinn Féin y de que Londres quiere solucionar el problema rompiendo sus compromisos con la UE
A pesar de lo que puede desprenderse de algunas interpretaciones precipitadas, la victoria, ciertamente histórica, del Sinn Féin en las recientes elecciones en Irlanda del Norte no significa que cualquier día de estos la isla de Irlanda se despierte unificada.
El hecho de que el Sinn Féin se haya convertido en el primer partido del Irlanda del Norte le confiere la presidencia del Gobierno del territorio, dentro de un modelo de Ejecutivo consociativo basado en el reparto estricto de poder y un deber de consenso entre unionistas y republicanos como garantía de que sus intereses quedan protegidos. No habrá, por tanto, una prevalencia jerárquica sobre los unionistas, ni puede decirse que se haya producido una alteración sustancial de fuerzas.
Los buenos resultados obtenidos por la centrista Alianza y la estrategia republicana consistente en evitar que la reivindicación nacionalista inundara su campaña sugieren que el posicionamiento del electorado norirlandés tiene matices mucho mas acusados que el simple alineamiento entre las dos posiciones de la tradicional polarización de Irlanda del Norte.
Con todo, el éxito del Sinn Féin no es menor y lo que significa en la dinámica política de Irlanda del Norte resulta muy relevante. Sin embargo, hay que tener en cuenta que, más allá de resultados electorales, el marco legal y constitucional sigue estando definido por los Acuerdos de Viernes de Santo, suscritos en 1998 y que incorporan un acuerdo internacional entre Reino Unido y la República de Irlanda y otro entre los partidos norirlandeses. En estos acuerdos se establece cuáles son el procedimiento y las condiciones en los que puede ser posible la unificación de la isla, sujeta a la voluntad concurrente, expresada de manera separada por los irlandeses del sur y del norte.
El ejercicio de esta autodeterminación, limitada a decidir si Irlanda del Norte se mantiene en Reino Unido o se integra en la República de Irlanda, no está en manos de las autoridades de Belfast. Solo el Gobierno británico puede convocar ese plebiscito cuando estime que «una mayoría de los votantes tienen el deseo de que Irlanda del Norte deje de pertenecer a Reino Unido y pase a formar parte de una Irlanda unificada». Se tratará, en caso de que llegue a producirse, de un referéndum destinado a verificar una realidad que Londres aprecie. No estamos, por tanto, en la atribución de un derecho de decisión a Irlanda del Norte que este territorio puede ejercer de manera soberana, ni puede equipararse a la autodeterminación que define el derecho internacional.
Lo que sí representa un peligro inminente es la reacción de los unionistas y del Gobierno británico. Los primeros, porque exigen la caída del Protocolo irlandés que regula la situación de Irlanda del Norte tras el Brexit y se niegan a constituir el Gobierno de Belfast en la parte que les corresponde. El Ejecutivo de Londres, porque después de abandonar la UE sin anticipar los desastrosos efectos de esta decisión para Irlanda del Norte quiere solucionar el problema rompiendo unilateralmente los compromisos con la Unión que al aceptar que Irlanda del Norte permaneciera en el mercado interior ha contribuido a mantener las premisas sobre las que se apoyó el proceso de paz y los Acuerdos de Viernes Santo.
Con el Protocolo irlandés, Bruselas ha aceptado que, de hecho, el Brexit no tenga efectos sobre este territorio y que los controles aduaneros se desplacen a una teórica frontera en el mar de Irlanda, manteniendo así la contigüidad territorial y el libre tránsito entre Irlanda del Norte y la República. Los unionistas rechazan el Protocolo porque ven en él un adelanto de la unificación de la isla, en este caso en términos económicos y de mercado, y una ruptura correlativa de la unidad económica de Reino Unido.
Pero lo que no es posible, ni siquiera para la audacia un tanto desvergonzada de Boris Johnson, es salirse de la Unión Europea y exigir una relación a la carta. Si Londres rompe el actual estatus habrá ‘frontera dura’ en Irlanda y las bases de los acuerdos de paz se resquebrajarán con consecuencias que solo un pirómano político puede ignorar.
La Unión Europea, con Irlanda y Reino Unido como miembros, facilitó las condiciones para que los Acuerdos de paz fueran viables. El marco europeo no fue en absoluto secundario en la consecución de estos acuerdos. La UE no va a plegarse a una negociación a la carta bajo las exigencias de un exsocio que ha desplegado una notable deslealtad en su negociación con Bruselas. «Recuperar el control», proclamaban los fanáticos del Brexit. Ahí están las consecuencias.