José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
- Ayuso es, seguramente, la mejor líder para una sociedad como la madrileña, pero no la más idónea para un liderazgo nacional. Ha llegado a donde debe. A partir de ahí, el principio de Peter
La condición lógica de Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid después de dos elecciones autonómicas (en 2019, con 30 escaños y 2021, con 65 escaños), era la de, también, presidenta del PP en la Comunidad de Madrid. Núñez Feijóo entendió pronto que la pugna entre Casado y Ayuso era estéril y que el 4-M del año pasado legitimaba a la actual presidenta para hacerse con el control del partido en la región en la que tiene más afiliados y más poder institucional que en cualquier otra de España.
Los méritos de Isabel Díaz Ayuso tienen que ver con su disposición a rodearse de personas con capacidad de gestión, con experiencia política y con creatividad comunicativa. Adicionalmente, la presidenta de Madrid ha sabido absorber los criterios de su equipo —particularmente leal a su persona— y reformularlos de una manera creíble para su electorado que va más allá del propio del PP.
El aquietamiento al liderazgo de Núñez Feijóo —un ‘adulto’ de la política— ha sido un signo de lucidez de ella y de su entorno. El terreno ha quedado acotado: el perímetro de Ayuso es Madrid —y no es precisamente pequeño—, comunidad que, con Andalucía, es vital para la suerte del presidente del PP de cara a las próximas elecciones generales. A Feijóo no le sobresaltará ninguna de las declaraciones de su compañera de partido porque las cartas se han repartido en Génova con bastante perspicacia entre los barones autonómicos y la dirección nacional.
Ayuso es, seguramente, la mejor líder de las posibles para una sociedad como la madrileña, pero no la más idónea para un liderazgo nacional. Es compatible que las bases vascas, gallegas, andaluzas o extremeñas del PP se enardezcan en los mítines con la presidenta madrileña, y otra cosa muy diferente es que la votasen con el mismo entusiasmo con el que la ovacionan. Una disonancia que en política la formuló limpiamente Adolfo Suárez: «Queredme menos y votadme más».
Ayuso dispone de algo innato que funciona particularmente bien en Madrid
Isabel Díaz Ayuso dispone de algo innato que funciona en particular en Madrid, una ciudad y una región que, por una parte, ha tenido conciencia de la capitalidad de España y, de otra, una autopercepción apátrida en este país de identidades progresivamente más acusadas. Lo mejor de la presidenta es que ha vinculado la urbe y el territorio a valores contrapuestos a los que se entienden por políticamente correctos. Ha confrontado con el comunismo y el socialismo, se ha instalado en la hegemonía de la libertad y el cosmopolitismo, ha asumido una plantilla de fiscalidad tan reducida como le ha sido posible y ha sabido aprovechar las crisis de desconcierto en Cataluña y, en otra medida, en el País Vasco.
Tengo que volver a referirme al sociólogo José Luis Álvarez (‘Los presidentes españoles’) cuando sostiene (página 57) que «la política, como ocurre con la dirección de organizaciones complejas o con la capacidad de emprendimiento, no puede ser conceptualizada de manera estricta como una profesión, porque no hay conocimientos formales imprescindibles que aseguren el éxito de su ejercicio, ni protocolos de actuación, ni acreditaciones institucionales que filtren a sus practicantes, salvo las dictadas por el Código Penal».
Estos criterios se cumplen en Díaz Ayuso: carece de títulos académicos de relumbrón, pero atesora capacidades naturales que en política conforman el carisma, que no es el mismo en función de la idiosincrasia de las distintas sociedades. El liderazgo está en relación con los retos a los que el dirigente de turno se enfrenta e «implica unos resultados que van más allá del mantenimiento de lo establecido, de la mera administración de lo corriente, de la gestión de lo que es fácil, orgánico, políticamente correcto, de lo que se perpetúa a sí mismo. El liderazgo implica dificultad, fricción, modificación de lo existente, vencer resistencias».
Estas últimas palabras —también del sociólogo Álvarez— tienen capacidad explicativa sobre el porqué del predicamento en Madrid de Isabel Díaz Ayuso. Y se comprenden en su contexto porque, aunque se pudiera afirmar lo contrario, Madrid es la ciudad menos conservadora de España, la más abierta, la más desprejuiciada, no tanto por esencia como por comparación con el esencialismo de otras hegemonizadas por modelos ideológicos y de gestión herméticos.
Díaz Ayuso ha llegado hasta la doble presidencia —de Madrid y del PP de la región— y ahí se queda para poder exprimir todas sus capacidades en mayo de 2023, cuando, en las autonómicas de turno, esté obligada a revalidar los 65 escaños (la mayoría absoluta está en 69) del 4-M de 2021.
Hecho el trabajo de exposición —¿quién no conoce en Madrid a la presidenta?—, debería dedicarse al de introspección: mejorar la gestión de los servicios públicos hasta la excelencia y asumir que las crisis económicas suelen abatirse sobre las sociedades abundantes, pero desiguales, como la madrileña. Ahora su reto es Madrid, solo Madrid. Y colaborar a que Núñez Feijóo llegue a la Moncloa aportando la mayor cuota de diputados madrileños del PP (la circunscripción elige 37 escaños) en el Congreso de los Diputados. Todo lo demás podría resultar una alucinación que llevaría a que se cumpliese en Ayuso el principio de Peter. Ella y sus colaboradores parece que lo saben y no incurrirán en nada parecido a anteriores reyertas.