- Su existencia queda acreditada, grabada en mármol para la posteridad con la flotilla de Greta y Ada, como habrán adivinado. Son ridículos, sí, y también perversos
Es un concepto llamado a extenderse como ya lo ha hecho en Francia (Islamo-gauchisme). Nuevas realidades exigen nuevas expresiones, o al menos un uso nuevo de expresiones antiguas. Así la «guerra cultural», empleada por Bismarck para referirse a una relación con la Iglesia Católica que no hace falta glosar. Es la ventaja de los nombres precisos. De aquella Kulturkampf a la lucha por la hegemonía cultural de un conservatismo –o bien de un mero brote de sentido común– enterado de la eficacia de aquella estrategia ganadora prefigurada por Gramsci y actualizada por Laclau. Hay que imitar los procedimientos que funcionan, máxime si son incruentos. Recuerdo los mohínes de rechazo a la guerra cultural de nuestra vieja derecha. Fue lo primero de lo que se desmarcó Feijóo al alcanzar la presidencia del PP. No sé lo que habrá aprendido en este tiempo, pero asombra comprobar cómo tantos de sus afines –muy espacialmente en los medios de comunicación– aceptan de grado, sin pensarlo dos veces, que «el mundo de la cultura» sea un feudo de la izquierda.
En cuanto a la islamoizquierda, veremos quién tarda más en reconocer su existencia. Como afectada –desnudada y retratada–, la izquierda y la derecha ful usarán el ilustrativo término poco o nada. Normal. Pero por la vía de los hechos demuestran su alianza de intereses y objetivos. Está en sus políticas de puertas abiertas, de la que no reniegan a pesar de la multiplicación de zonas urbanas en Europa donde la policía no puede entrar, a pesar de que la sharía ya se considera ley por tribunales británicos, a pesar de las consecuencias sobre los derechos y tranquilidad de las mujeres. Aquí la clave está en la definitoria incompatibilidad entre causas woke. En este caso, entre el feminismo y el multiculturalismo. A despecho del deterioro de la seguridad y de la pérdida factual de derechos que estaban asegurados, la alianza no se debilita. Por el contrario, se mantiene desde la izquierda mientras su feminismo se hace cada vez más intolerable para los muslimes. No voy a mejorar el hallazgo, cuya autoría desconozco, de comparar las pancartas de «LGTBIQ+ por Palestina» con una de «Pollos por KFC».
La existencia del islamoizquierdismo queda sin embargo acreditada, grabada en mármol para la posteridad con la flotilla de Greta y Ada, como habrán adivinado. Son ridículos, sí, y también perversos. Practican un ejercicio prolongado de onanismo sentimental, de alardeo moral, y también llevan a cabo una operación de marketing proterrorista disfrazada de humanitarismo. Las intenciones han quedado más claras ahora, al demostrarse que detrás de la flotilla está Hamás. ¿Quién iba a estar? ¿El Corte Inglés? Las pruebas documentales, encontradas en Gaza, las ha publicado el Ministerio de Exteriores de Israel: «Activos clave de la flotilla son propiedad de Hamas y están controlados por Hamas». «Estos documentos exponen la profundidad de la red internacional de Hamás y su control operativo sobre individuos que lideran la flotilla». En los barquitos lucen trapos independentistas catalanes. Una señal inequívoca de lo peor.