Mikel Buesa-La Razón
- O sea que Sánchez está a dos velas, afligido por no disponer de la bomba, mientras su enemigo Benjamín Netanyahu la tiene bien guardada por si acaso
La semana pasada el presidente Sánchez se lamentó de que «nosotros solos no podemos detener la ofensiva israelí». Lo atribuyó, entre otras razones, a que «España no tiene bombas nucleares», aunque no precisó si una de sus pretensiones futuras es dotar al país de ese tipo de armamento, como ya se planteó hace muchos años –en los sesenta– cuando el capitán general Muñoz Grandes –a la sazón jefe del Alto Estado Mayor– le encargó a Guillermo Velarde la dirección del «Proyecto Islero». Velarde, profesor y militar, que una década después obtuvo la cátedra de Física Nuclear en Madrid y más tarde fue ascendido a general, resolvió los intrincados problemas del diseño de un artefacto termonuclear cuando, en 1966, observando los restos de las bombas de Palomares, se dio de bruces con el método Ulam-Teller. La ingeniería estaba lista, ya en aquel año, para pasar a la práctica, aunque no hubo ocasión por razones políticas –tal vez porque Franco, prudente, no se lamentaba en esta materia como Sánchez– y luego, ya en democracia, no hubo manera. Entretanto, por cierto, con el apoyo del gobierno francés, David Ben-Gurión puso en marcha un proyecto similar a partir de 1957, de modo que, con una aportación clandestina de uranio enriquecido procedente de Estados Unidos, Israel pudo ensayar su artefacto, según dicen, en 1979 al sur del cabo de Buena Esperanza.
O sea que Sánchez está a dos velas, afligido por no disponer de la bomba, mientras su enemigo Benjamín Netanyahu la tiene bien guardada por si acaso. El Proyecto Islero duerme entre los papeles empolvados del archivo del ministerio de Defensa y nuestro presidente, frustrado, al parecer no se ve capaz de llevar su antisemitismo más allá de una retórica a la que nadie hace caso en los foros internacionales o de un apoyo decidido, eso sí, al boicot de la Vuelta Ciclista a España. Y el caso es que esto ya no tiene remedio porque España firmó en 1987 el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares y, salvo que a Sánchez se le crucen los cables, no puede desarrollarlas ni comprarlas, estando además bajo la supervisión del Organismo Internacional de la Energía Atómica. Así que dejémosle con sus ensoñaciones dentro de su laberinto.