ANTONIO R. NARANJO-EL DEBATE
  • La actriz del bodrio ése de ‘La casa de papel’ no es una excepción, sino la norma en unas Vascongadas delirantes
La muchacha se llama Itziar Ituño, que suena a Truño en traducción libre del vascuence, y además de actriz es proetarra. Lo de actriz lo vimos, quien lo viera, en ese otro bodrio llamado La casa de papel, que parece buena por ser española y de acción, un género que se nos da regulín y por eso destaca cualquier medianía. Es como Yolanda Díaz, que gana en la comparación con Pablo Iglesias, si es que gana, pero con nada ni nadie más.
La susodicha participó el fin de semana en una manifestación en la que estaba Sánchez sin estar: como traga con Otegi e indulta y amnistía a todo lo que se mueve, con la excepción de a una peligrosa piñata de Pinocho, Otegi se viene arriba y ya sale a la calle a pedir que suelten a Txapote.
Dentro de cinco minutos y tres decretos más, el secuestrador de Batasuna pedirá que, además de soltar a todos los etarras, el Estado represor los indemnice. Y Sánchez, que tiene casi 400 crímenes de ETA sin resolver y miles de víctimas sin resarcir o indemnizar, tragará.
Lo llamará «pacificación», que es la palabra de moda para tapar la hedionda evidencia de que tenemos un presidente deudor, intervenido y teledirigido por una coalición de filoterroristas, prófugos y golpistas. Le falta un pedófilo a ese Eje del Mal, y no descarten que aparezca y lo rehabilite si necesita su voto para sobrevivir: ya ensayaron auxiliando a 1.200 agresores sexuales con la ley del ‘solo sí es sí’, para calentar motores.
La tal Itziar Zurullo, que además prestaba su imagen a BMW y a Iberia para ayudarnos a elegir Seat y Ryan Air o cualquier otra firma ajena a quien la financie a ella, ha levantado una notable polvareda algo exagerada.
No porque ella no sea como los payasos proetarras que, hace unos días, desfilaban por las Vascongadas con niños a la vera, sino porque es una más y probablemente no es la peor. Itziar Boñiga, por seguir con los ocho apellidos vascos, es una boba confirmación de la regla.
Hay miles como ella en esa Comunidad tan española que, desde el siglo XII, ya se entendía con doña Urraca y con Castilla, algo que prosiguió hasta que a un xenófobo ultraderechista como Sabino Policarpo Arana le dio por explorar 600 años después el negocio del nacionalismo, ideando una bandera sorprendentemente parecida a la de la Unión Jack, la ikurriña, en principio reservada para el viejo señorío de Vizcaya.
El caso es que Itziar Kagarro (ya llevamos cinco) pertenece a esa inmensa porción de la población vasca que, cuando mataba ETA, entendía de algún modo sus razones y, ahora que ETA manda en España, ha dejado de disimularlo. Seguramente no todos disfrutaban viendo a niños morir por una bomba en una casa cuartel, pero digamos que compartían el sustrato de represión e injusticia que impulsaba a ETA, la justificaba y además se compensaba con el martirio de los activistas, chavales dispuestos a vivir en la clandestinidad por un ideal nacional impecable y perseguido.
Itziar Regüeldo ve ahora que su líder, Arnaldo, tiene cogido por las vascongadas al invasor, a quien llaman en la intimidad Peio Kastejón, y no encuentra razones para esconder sus sentimientos. Y en eso coincide con sus paisanos: cuando las armas han callado, gracias al Estado de Derecho y el sacrificio de sus servidores, el beneficio electoral ha venido para quienes ponían las balas. Y el castigo, para quienes ponían las nucas.
Así que podemos enfadarnos con Itziar Ceporra (llegamos al séptimo), pero no más, ni antes, que con esa parte enferma nada desdeñable de la sociedad vasca que también es un talde, como llamaban los chavales a los comandos.
Todos ellos comparten un octavo apellido vasco, tan inventado como su historia, su lengua y su bandera, pero muy oportuno para la ocasión: Kapuio, que en español se lee hijo de su madre. Y así todos amigos, pues.