Ignacio Varela-El Confidencial
Se dice que Redondo es un gran seguidor de ‘El ala oeste de la Casa Blanca’. Si es así, su personaje favorito será Leo McGarry, el todopoderoso jefe de Gabinete del presidente Bartlet
Seguro que recuerdan aquella espectral rueda de prensa de Pablo Iglesias, el 22 de enero de 2016, en la que se postuló como vicepresidente de un imaginario Gobierno de coalición con el PSOE, atribuyéndose el mando de los principales centros de poder y el control de las cañerías del Estado. Pues bien, todo lo que Iglesias reclamó y no obtuvo se lo ha entregado Sánchez a Iván Redondo, formalmente director de su Gabinete y, en la práctica, convertido en el verdadero vicepresidente de este Gobierno, que tiene aspecto de cuadro cubista.
Se dice de Redondo que es un gran seguidor de ‘El ala oeste de la Casa Blanca’. Si es así, su personaje favorito será, sin duda, Leo McGarry, el todopoderoso jefe de Gabinete del presidente Bartlet. Es sabido que en Estados Unidos no existe la figura del primer ministro (ni hay un Consejo de Ministros tal como aquí lo conocemos), de tal forma que el ‘White House chief of staff’ añade, a sus funciones de protoasesor y jefe del aparato presidencial, las de brazo operativo del presidente y coordinador del poder ejecutivo. Manda más que cualquier otro miembro del Gobierno.
Lo que ahora ha hecho Sánchez ha sido recuperar en pleno siglo XXI la añeja institución del valido, convirtiendo a Redondo en el individuo más poderoso de la corte sanchista (después de ‘mi persona’, como se complace en llamarse el narcisista presidente). He aquí un apretado resumen de todo lo que nuestro Godoy tendrá en sus manos:
Dirigirá personalmente todos los equipos y organismos vinculados al presidente. Es decir, estará bajo su mando no solo el equipo asesor al completo, sino todo el aparato administrativo de la Moncloa. Además, coordinará y podrá dar instrucciones a los directores de gabinete de todos los ministerios.
Supervisará el orden del día y la preparación de los consejos de ministros y compartirá con Carmen Calvo la dirección de la Comisión de Secretarios de Estado y Subsecretarios. Por rango, será el primer secretario de Estado.
Estará presente en todas las comisiones delegadas del Gobierno, que es donde realmente se corta el bacalao en el Ejecutivo. Especialmente la de Asuntos Económicos, la de Asuntos de Inteligencia y el Consejo de Seguridad Nacional, en el que actuará cono secretario.
Controlará personalmente la comunicación del Gobierno, puesto que la Secretaría de Estado de Comunicación pasará a integrarse en el Gabinete de Redondo (lo que priva a la portavoz de toda estructura de apoyo, reduciéndola al papel de lectora de guiones prefabricados).
Dirigir la Secretaría de Estado de Comunicación conlleva administrar la relación con los medios y la información que reciben (repartiendo premios y castigos), la coordinación de las oficinas de prensa y gabinetes de comunicación de todos los ministerios y entidades públicas, el control de RTVE, la dirección de los servicios informativos de las embajadas en todo el mundo y la multimillonaria gestión de la publicidad institucional.
Añadan a todo eso el hecho de que Redondo ejerce un papel clave en el aparato electoral del PSOE y tiene un copioso equipo de analistas electorales trabajando en la Moncloa para él y para su jefe (por ese orden).
Para completar el pastel, Sánchez le ha otorgado el caramelo de crear para él un nuevo tinglado, pretenciosamente denominado “Oficina Nacional de Prospectiva y Estrategia de País a Largo Plazo”. En realidad, se trata de un clásico ‘think tank’, dotado con fondos públicos, destinado a suministrar munición ideológica al partido gubernamental (una forma de dopaje partidario como otra cualquiera) y, de paso, regar los bolsillos de expertos y opinadores influyentes, seleccionados discrecionalmente en función de su grado de adhesión a la causa. Ganar la guerra cultural, ya saben.
Ninguno de los cuatro vicepresidentes nominales —por supuesto, ningún ministro— acumulará ni la mitad del poder real que ejercerá este ex consultor político confeso de derechas, transformado en factótum omnipotente del Gobierno más izquierdista desde la Guerra Civil.
Iglesias ha conseguido sentarse, con un grupo de los suyos, en el Consejo de Ministros. La respuesta de un Sánchez ya desatado de todo resto de pudor ha sido doble:
Por una parte, aplastar a los voluntariosos ministros-activistas de Podemos con una brigada de tiburones de la tecnoestructura burocrática del Estado que los abrumarán con el dominio del dosier. En segundo lugar, mantenerlos higiénicamente alejados de los centros neurálgicos del poder ejecutivo. Finalmente, vaciar de contenido al propio Consejo de Ministros, que terminará siendo un mero objeto decorativo al que llegarán las decisiones previamente cocinadas en la ‘mesa chica’ de Sánchez, Redondo y sus más fieles centuriones.
No será Iglesias, sino Sánchez, quien forme un Gobierno dentro del Gobierno. En el bueno, en el de mandar de verdad, no habrá podemitas. En él estará Redondo, por supuesto. También estará la flamante fiscal general del Estado, encargada de la tarea, patriótica y crucial para este Gobierno, de desjudicializar… la Justicia.
La diferencia con el sueño de Iván es que Sánchez es más Underwood que Bartlet, él está más cerca de Doug Stamper que de Leo McGarry y esta serie suena más a ‘House of Cards’ que a ‘El ala oeste’.