El Correo-MIQUEL ESCUDERO
Matemático y escritor
Debe la escuela ser un plantel de patriotas, como algunos proclaman? Me parece un disparate sin paliativos, un proyecto indeseable. No sólo lo pretendió el régimen de Franco, del que tanta publicidad hacen cada día sus adversarios de oficio, sino que formaba parte del ‘Programa 2000’ de Pujol. Publicado en prensa el año 1990, este programa perseguía, entre muchas otras cosas, impulsar en la enseñanza el sentimiento nacionalista y de liberación nacional, «potenciar a personalidades de ideología nacionalista en los órganos rectores de las tres universidades catalanas», transmitir en las aulas creencias como la de pertenecer a una nación discriminada que camina en busca de su soberanía dentro del marco europeo.
Estas propuestas son fuente de intransigencias y fanatismos, pero también fomento de gente obediente. En cambio, el objetivo de una escuela no puede ser otro que formar ciudadanos. Esto es, personas libres y autónomas que sean conscientes de que la común condición humana está por encima de cualquier otra característica de orden social o individual, ya sea nacional, religiosa, cultural o de índole sexual. Una conciencia de respeto a la realidad conduce a comprender la pluralidad de formas que adopta el género humano. Es el camino de la paz y de la inteligencia, de la convivencia y de la desactivación de complejos.
Quim Torra, presidente de la Generalitat, demuestra ser un maleducado cuando, antes de la vista judicial por desobedecer a la Junta Electoral Central (con respecto a las pancartas ‘amarillas’ en los edificios públicos), dijo: «He comido un plato de butifarra con judías bastante contundente y, según las preguntas que me hagan, la cosa puede salir por un lado o por otro». Ya ven ustedes el nivel: Torra y sus ventosidades. En sala judicial fue algo más fino, pero no dejó de ser falaz y prepotente: alegó haber desobedecido una orden ‘ilegal’ y que su cargo (que es autonómico) está por encima de los jueces de la Junta Electoral.
No tienen remedio. Como acaba de recordar Pere Lluís Huguet, exvicepresidente del Consejo General de la Abogacía, esas palabras contradicen el proyecto de ley de la república catalana, que declaraba «irrecurribles» las decisiones que tomara una
Sindicatura electoral catalana ‘leal’ al Govern. Seguimos en la estela de Artur Mas cuando recomendó a los suyos, hace ya cinco años: «Tenemos que engañar al Estado». Es rastrero seguir planteando el diálogo como palabra talismán cuando nos burlamos de las leyes democráticas.
Valga decir que en su día Pujol se autoproclamó el 126º president de la Generalitat, con esas cuentas el actual sería el 131º. La mentira se hace un hábito y se zarandea la verdad: desde el siglo XIV, la Diputació del General era un simple organismo de control tributario, no era ejecutivo o político. ¡Qué le vamos a hacer, es así! En realidad, el primero de la lista fue Francesc Macià, en 1932.
El catedrático de Economía Francesc Granell (Creu de Sant Jordi y Gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio, entre otras condecoraciones) ha especificado que Torra es el 19º (incluyendo a quienes no fueron elegidos por las urnas). La ciencia ha de poner en su sitio los excesos de una engañosa y nada inocente pompa. Al consentirse los delirios de grandeza, la verdad se agazapa, las prioridades se trastocan y crece la exclusión social en distintos aspectos. Nadie está en su sitio adecuado.
No hace mucho, a propósito del caso de los ERE en Andalucía, Pablo Iglesias definió al PSOE como un partido de delincuentes. ¿Pero qué importa nada cuando se compite en irresponsabilidad? ¿O acaso es patriotismo? Arnaldo Otegi pide a ‘la gente’ ocupar las calles y «hacer ‘gimnasia’ a ese nivel». Más cinismo ‘patriota’ contra la ciudadanía.