Francisco Poleo-El Español
  • La ‘visión Borrell’ sigue imperando en las relaciones exteriores españolas en relación a Cuba y Venezuela. Pero España debería alejarse de los populismos bolivarianos y aprovechar así el alejamiento de Washington respecto a Europa para ocupar el vacío que han dejado París y Berlín.
 

El 15 de febrero de 2020, Emmanuel Macron dijo que es “un gran error distanciarnos de una parte de Europa con la cual no nos sentimos confortables”. En ese corto pensamiento hay un océano de contenido.

Lo más preocupante, sin embargo, es que se considere a los rusos tan europeos como un francés. No lo son y no quieren serlo. Los rusos, que en su enorme geografía colindan hasta con chinos y norcoreanos, se creen rusos. Y punto. Son un continente en sí mismo.

Además, el hecho de ser europeo no es garantía de entendimiento. Para muestra reciente, un botón inglés.

Vladímir Putin juega a otra cosa. Lo suyo es desestabilizar, como sea, a Occidente. Lo mismo apoya al derechista Viktor Orbán en Hungría como al izquierdista Nicolás Maduro en Venezuela. En el Medio Oriente, es aliado del estado clerical iraní, pero también del presuntamente socialista sirio.

La ideología le importa un rábano. El objetivo es la desestabilización de sus enemigos. Su visión no ha cambiado mucho desde que fue entrenado como agente soviético. Hackea elecciones y hasta oleoductos. Ocupa países soberanos. Chantajea a otras naciones con el gas que calienta los hogares en invierno. Envenena, en Rusia, pero también fuera, a sus disidentes. Luego, si sobreviven, los encarcela. Trampea elecciones y así lleva 22 años en el poder. ¿Ese es el aliado que quieren en Bruselas?

«En esa reunión de febrero, para gozo de Moscú, a Borrell no se le ocurrió otra cosa que criticar, sin ton ni son, a Estados Unidos por su política hacia Cuba»

La respuesta de la Unión Europea ante ese elefante en una tienda de porcelana no puede ser poner la otra mejilla, como ocurrió en aquella infame cumbre, en febrero de 2021, entre el canciller ruso Serguéi Lavrov y su homólogo europeo Josep Borrell, en la que el representante de Putin se dio el tupé de llamar a Bruselas un “aliado poco confiable” sin que tuviera respuesta. Además, en esa reunión de febrero de este año, para gozo de Moscú, a Borrell no se le ocurrió otra cosa que criticar, sin ton ni son, a Estados Unidos por su política hacia Cuba, poniéndoselo en bandeja de plata al lobo Lavrov que, obviamente, aprovechó la ocasión.

Con actitudes como esa, ¿cómo espera Macron que no le quiten un contrato como el de los submarinos australianos?

El último episodio que ha crispado las relaciones europeas con Washington es el de las elecciones regionales en Venezuela, previstas para el próximo 21 de noviembre. El régimen de Maduro es el principal foco de desestabilización regional, por lo que cualquier acción que atornille en el poder al personaje en cuestión es visto como una afrenta en Washington. De hecho, el cándido Borrell lo confesó en uno de los desayunos del Fórum Nueva Economía, esta semana.

«La visión Borrell es la que sigue imperando en las relaciones exteriores españolas. Si Bruselas se ha alejado de Washington, ni hablar de Madrid»

“Sé que a los americanos no les ha entusiasmado la idea”, dijo el alto comisionado. La idea es la de enviar una misión de observación electoral a las regionales venezolanas, lo cual tampoco agrada al equipo del propio Borrell. El Financial Times reveló hace un par de días el informe de la misión exploratoria que visitó Caracas en julio para evaluar si observaban las mencionadas regionales. La conclusión es clara: “Puede ser contraria a la línea política de la UE. Es probable que el despliegue de la UE tenga un impacto adverso en la reputación y credibilidad de la UE y legitime indirectamente el proceso electoral en Venezuela”.

A pesar de ese informe, Borrell autorizó la misión electoral.

La visión Borrell es la que sigue imperando en las relaciones exteriores españolas. Si Bruselas se ha alejado de Washington, ni hablar de Madrid. “En Cuba y Venezuela, España no comparte el compromiso con la democracia y los derechos humanos que Washington espera de un país amigo y aliado”, dijo el senador demócrata Bob Menéndez, director de la Comisión de Exteriores del senado, la semana pasada.

El divorcio tiene razones más profundas, pero ahí tiene una oportunidad España para forjar una envidiable alianza con los Estados Unidos, un país en donde el 19% de la población, 62 millones de personas, son de origen hispano. El vacío que deja París (¿y Berlín?) puede ser llenado por Madrid. Y un excelente punto de partida sería el de coordinar con Washington una estrategia que permita la vuelta de la democracia a Cuba, Venezuela y Nicaragua, no simplemente estrechar lazos de cohabitación, como desean tanto Sánchez como Borrell.

*** Francisco Poleo es analista especializado en Iberoamérica y Estados Unidos.