Juanma Badenas-El Español 

  • El psicólogo canadiense Jordan Peterson ha dimitido de su puesto de profesor en la Universidad de Toronto por la discriminación a la que son sometidos los estudiantes blancos heterosexuales frente a candidatos menos preparados y brillantes que ellos. 
Leo en el diario canadiense National Post, con estupefacción, aunque sin sorpresa, que el psicólogo clínico Jordan Peterson ha dejado de ser profesor titular de la Universidad de Toronto. La noticia ha pasado desapercibida en España a pesar de su gravedad.

Cuatro pueden ser las razones de ello.

1. La primera es que se trata de una noticia reciente. Todavía no se han calentado lo suficiente los motores en el resto del mundo para que su repercusión llegue hasta nosotros.

2. La segunda, que Peterson es un profesor canadiense y, aunque tiene decenas de millones de seguidores (varios cientos de miles en España), no es jugador de fútbol ni tampoco estrella de cine.

3. La tercera coincide con la anterior. Peterson tiene una enorme cifra de seguidores y vende muchísimos libros, lo cual no produce empatía y, lo que es peor, genera envidia (con los libros que vende y con lo que gana con sus conferencias y seminarios online puede permitirse el lujo de no dar clase).

4. Finalmente, la cuarta y más importante. Para determinados medios de comunicación, Peterson es un apestado por ser (supuestamente) un «supremacista heterosexual blanco» y uno de los principales adalides de la incorrección política.

«Hace algunos años, a nadie se le habría ocurrido intentar impedir la publicación de un libro por cuestiones ideológicas»

Hace poco más de un año, la dirección de la editorial Penguin Random, en Canadá, tuvo una reunión con varios de sus empleados en la que estos pidieron que no se editase el último libro de Peterson, Más allá del orden: 12 reglas más para la vida, que es una continuación del anterior, 12 reglas para la vida: un antídoto al caos.

Obviamente, los empleados no lograron su deseo, pues el libro de marras lleva camino de convertirse en otro superventas como el que le precedió.

No obstante, el hecho de que se solicitase fervientemente su no publicación es demostrativo de las antipatías que genera el autor en alguna gente y, también, de cómo está el patio en cuanto a la libertad de expresión y la tolerancia con las ideas ajenas. Hace algunos años, a nadie se le habría ocurrido intentar impedir la publicación de un libro por cuestiones ideológicas. Hablo de los países democráticos, como Canadá.

Por culpa de cómo está el patio, Peterson ha dimitido como tenured professor de la Universidad de Toronto y ha aceptado un puesto de retiro, de profesor emérito, en su misma universidad. Algo muy prematuro para quien todavía no ha cumplido sesenta años y que se encuentra en el apogeo de su carrera.

El profesor y ensayista canadiense esgrime dos motivos para justificar su aldabonazo.

De un lado, la discriminación que están sufriendo algunos de sus graduados a la hora de acceder a puestos de docente o investigador a pesar de llevar cada uno en su mochila un curriculum vitae absolutamente brillante.

La causa por la que sus discípulos sufren esa discriminación es porque en la Universidad de Toronto se aplica la trinidad izquierdista Diversity, Inclusivity and Equity (DIE), que permite seleccionar candidatos con menos méritos, pero que pertenezcan a grupos sociales supuestamente oprimidos. El resultado es la discriminación de los hombres blancos heterosexuales, que deben competir en inferioridad de condiciones con las mujeres y los hombres de etnias diferentes.

«Los criterios de discriminación inclusiva comprometen la formación de futuros profesionales en campos tan sensibles como la Medicina, la Psicología y el Derecho»

Peterson, en el texto que publica National Post, llama «cobardes» a algunos de sus colegas porque, aunque no están de acuerdo con la aplicación de la trinidad izquierdista arriba citada y la consecuente discriminación que produce, se aprovechan de ella para obtener becas de investigación y otras prebendas. Si esta inmoralidad se quedara sólo en casos concretos que afectan a estudiantes y profesores no tendría excesiva importancia, pues no dejaría de ser un asunto doméstico universitario.

Sin embargo, las consecuencias pueden ser graves. Con los criterios de discriminación inclusiva aplicados se compromete la formación de futuros profesionales en campos tan sensibles como la Medicina, la Psicología y el Derecho.

Por primera vez en la historia reciente se está seleccionando, a sabiendas, a profesores e investigadores mediocres sólo por el hecho de formar parte de cierto colectivo (BIPOC: black, indigenous and people of colour).

[En España, la discriminación más grave se produce por motivos lingüísticos en las comunidades autónomas que dicen tener lengua propia].

La discriminación inclusiva o positiva es discriminación negativa o, simplemente, discriminación a secas. Es decir, trato diferenciado y contrario al principio de igualdad. Se produce discriminación cuando en igualdad de méritos y/o capacidad, e incluso teniéndolos mayores, alguien se ve excluido o relegado de un proceso de selección en beneficio de otros. Como sucede en la Universidad de Toronto.

«Si la historia de la humanidad hubiera consistido en una sucesiva selección de los peores, ¿dónde habríamos llegado? O ¿cuánto peor podríamos estar?»

Cuando un joven blanco canadiense con un expediente superior ha de ceder su puesto para que lo ocupe otro menos preparado, pero que pertenece a un determinado colectivo social, no sólo se comete una grave injusticia que va en contra los principios de igualdad general y de igualdad de oportunidades, sino que se causa un daño a la sociedad a la que pertenecen ambos candidatos. Porque pudiendo tener la sociedad al mejor, se queda con el peor.

Si la historia de la humanidad hubiera consistido en una sucesiva selección de los peores, ¿adónde habríamos llegado? O ¿cuánto peor podríamos estar? Valga que esto suceda en la política. Pero que se extienda a los campos social y laboral es peligroso.

El chismorreo, la infamia y la envidia son los instrumentos de los que se ha servido la mediocridad, a lo largo de los siglos, para tratar de abatir a los mejores y subir a la cúspide de la estructura social o profesional. Si añadimos ahora un sistema legal discriminatorio que evita a algunos vagos y torpes esforzarse (porque por su propia condición cromosómica ya merecen un puesto remunerado), ¿qué hacemos con los pobres desgraciados que, además de no ser brillantes, no pertenecen a ningún colectivo social que pueda ser discriminado positivamente?

*** Juanma Badenas es catedrático de Derecho civil de la UJI y miembro de la Real Academia de Ciencias de Ultramar de Bélgica. Su último libro es Contra la corrección política.