MAYTE ALCARAZ-EL DEBATE
  • Si quien vive de las rentas, por muy merecidas que sean, lo hacen mejor que los que tienen que aportar valor añadido a la sociedad y pagar con su trabajo las pensiones, algo estamos haciendo muy pero que muy mal
Vamos de elecciones en elecciones -el próximo domingo, otras- con un argumento en la lengua de los políticos como ardid electoral sin que les importe un pepino el asunto: el oscuro presente de nuestros jóvenes. Tenemos afanándose a la ONU, a la Comisión Europea y a la ínclita candidata socialista Teresa Ribera con el camelo de la agenda 2030 y el impacto del cambio climático en el planeta que vamos a dejar a los chicos y resulta que ellos están muy concienciados con la transición ecológica pero no tienen trabajo –27,7 % de tasa de paro juvenil–, ni vivienda –Sánchez dijo que iba a construir 184.000 viviendas públicas y nunca más se supo–, ni futuro laboral –los jóvenes con estudios abandonan en masa nuestro país– ni pajolera idea de si van a cobrar o no una pensión —una de cada cuatro personas tendrá más de 65 años en 2033. No van a tener para comer, pero, eso sí, estarán muy preocupados por el calentamiento global. Y nadie les regalará una cátedra universitaria, sin ni siquiera haberse licenciado.
Que el Gobierno no se ocupe de ellos tiene una razón: Pedro Sánchez los quiere acríticos, sin formación ni principios. Hasta ahora le ha funcionado. Con 400 euros para comprarse videojuegos, las redes sociales para despojarlos de cualquier pensamiento elaborado y sin la exigencia de la cultura del mérito y el esfuerzo para aprobar exámenes, ganar una oposición o acceder a un puesto de trabajo, son el mejor caldo de cultivo para engrosar la mastodóntica sociedad del subsidio tan del gusto de Yoli. Cuando estén preparados para asegurar un voto clientelista y fiel a la izquierda, esta procederá a permitirles votar a los 16 años. Ya están en ello.
Es el plomizo presente de nuestros chavales, que amenaza un negro futuro. Según la Encuesta de Condiciones de Vida del INE, los ingresos de los pensionistas han crecido en tres lustros un 48,6 % mientras que los de los jóvenes de 16 a 29 años se han incrementado escasamente. Si quien vive de las rentas, por muy merecidas que sean, lo hacen mejor que los que tienen que aportar valor añadido a la sociedad y pagar con su trabajo las pensiones, algo estamos haciendo muy pero que muy mal.
En los países europeos y en Estados Unidos, los jóvenes son menos felices que los mayores. Eso significa que somos una sociedad decadente. Asistimos cada 1 de mayo –este no ha sido una excepción– a la salida de sus tumbas de la gerontocracia sindical para exigir a los empresarios que paguen más por menos horas a los trabajadores, pero ni media palabra del paro juvenil español que duplica al europeo. De hecho, son corresponsables de que el Gobierno de Sánchez haya endurecido las condiciones para que las empresas oferten prácticas a los meritorios, como cotizar a la Seguridad Social o que esos primeros trabajos estén ligados a un plan de estudios. Resultado: menos contratos en prácticas. Difícil que, como ocurre en Estados Unidos o Gran Bretaña, los jóvenes logren salir de sus estudios al mercado de trabajo con una formación amplia y flexible.
Con una pirámide demográfica aterradora y la perspectiva de que durante los próximos 15 años habrá más defunciones que nacimientos en España, la inmigración es solo una solución parcial. En 2022, medio millón de españoles en edad de trabajar abandonaron España en busca de oportunidades laborales en el extranjero y en el primer semestre de 2023 esa cifra creció un 11 %. Una auténtica hemorragia de capital humano. Y normalmente se van los jóvenes más preparados. Nuestro sistema los expulsa y favorece que esta generación perdida solo despierte cada cuatro años para regar de votos a quienes luego les recompensen con paguitas para que vayan al cine. El domingo, con una Europa anestesiada y volcada en la cultura woke, nos jugamos, entre otras cosas, esto.