Juan Carlos I no gozaba de muchos adeptos en España cuando tomó el relevo de Franco al frente de la Jefatura del Estado. Había reticencias, dudas. También en Estados Unidos. Según documentos ahora accesibles al público, la CIA consideraba en un cable enviado el 3 de agosto de 1974 que el futuro Rey de España, pese a que iba a presidir un Consejo de Ministros en los días siguientes –debido a la enfermedad de Franco–, no ejercía ningún «poder real». En 1975, dos días después de la muerte de Franco, la CIA cuestionaba directamente que Don Juan Carlos tuviera «las cualidades para acometer» la Transición.
Su llegada al trono, su desempeño a favor de la democracia y su actuación durante el golpe de Estado del 23-F fueron variando la opinión de la agencia de inteligencia. «Ha actuado a menudo como un pararrayos para el descontento militar», era la conclusión de un memorándum emitido el 2 de diciembre de 1983. Casi una década para ganarse la confianza de Estados Unidos.
Ahora es posible conocer cómo fue variando la percepción que Estados Unidos tenía de Juan Carlos I gracias a que la CIA ha abierto a todo el mundo más de 12 millones de páginas correspondientes a 930.000 documentos, que abarcan hasta la década de 1990. Estos documentos ya estaban desclasificados, pero sólo se podían consultar en cuatro ordenadores de unas instalaciones de EEUU y en un horario acotado hasta las 16.30 horas. Ahora son accesibles desde la página web de la CIA.
Así, podemos conocer cómo los hombres de Estados Unidos en España tuvieron que corregir en agosto de 1974 la imagen que de Juan Carlos I ofrecía la prensa estadounidense. En un documento del 3 de agosto de 1974, la CIA citaba una información del New York Times, donde se recogía la impresión de que el futuro Monarca gozaba de cierto poder y autoridad al convocar un Consejo de Ministros para el 9 de agosto. Lo hacía para corregir esa opinión y expresar sus dudas de que «el Príncipe ejerza un poder real». Y ponía un ejemplo claro: «Celebrar la reunión en el palacio de Franco en lugar de en el de los Príncipes coloca el encuentro bajo la sombra de Franco. También hay que señalar que varias leyes recientes promulgadas bajo el nombre de Juan Carlos, de hecho, fueron redactadas por Franco».
En un boletín del 22 de noviembre de 1975, esto es, dos días después de la muerte de Franco, se comunicaba la proclamación de Juan Carlos I como Rey de España. «Hay poco entusiasmo por Juan Carlos o la Monarquía», resumía la CIA. Sin embargo, decía que el pueblo español estaba dispuesto a darle una oportunidad «por falta de una alternativa mejor».
Pese a que en España se esperaba un cambio político con la muerte del dictador, la CIA no creía que Juan Carlos tuviera posibilidades de liderar ese cambio, de ser uno de los líderes de la Transición. Y así lo exponía: «Si tiene éxito en preservar la ley y el orden con una apertura gradual del proceso político, ganará respaldo. La tarea será formidable y no estamos seguros de que tenga las cualidades para acometerla».
La agencia de espionaje trazó un perfil personal de Juan Carlos I y llegó a una llamativa conclusión: «Desde su matrimonio parece haber ganado confianza en sí mismo. Sofía es una influencia positiva».
Las reflexiones y conclusiones de los hombres de Estados Unidos en España permiten apreciar cómo desde el principio Don Juan Carlos era consciente de que debía dar pasos hacia un sistema político más abierto y plural, pero también quedan claros su temor y sus reticencias a la posición de los militares. La CIA refleja los pensamientos de Juan Carlos I, quien consideraba que los cambios no se podían hacer «de la noche a la mañana» y que se debía «tener en cuenta qué aceptarán los militares».
La opinión de la CIA cambió de manera notable tras el intento de golpe de Estado del 23-F. Su actuación, después de su trabajo durante los años de la Transición, cambió la percepción de los Estados Unidos. En el memorándum de diciembre de 1983 se le calificaba como «el motor del cambio» de la Transición y se alababa su papel en la sombra de mediador y pacificador para «crear instituciones representativas».
Asimismo, y respecto a los militares, se señalaba que «el Rey mantiene frecuentes y estrechos contactos personales con los principales líderes militares y está en sintonía con sus preocupaciones. Él ha actuado a menudo como un pararrayos frente el descontento militar». Se hacía notar que ha mantenido al Ejército «lejos de la política». Y añadía la CIA: «Cuando esta táctica ha fracasado, como sucedió en el intento de golpe de Estado abortado del 23 de febrero de 1981, el Rey no ha vacilado en ejercer públicamente su prestigio y autoridad, llamando al Ejército al orden y vinculando la Corona con la preservación de la democracia».
Juan Carlos I no fue el único que generó desconfianza en la CIA. También Alfonso Guerra, según se desprende de un informe de diciembre de 1982, titulado España: un primer vistazo al equipo de González y elaborado por la Oficina Europea de Análisis. Se alababa el equipo «joven, competente y experto» formado por el líder del PSOE y que se hubiera guiado por criterios profesionales y no por amiguismo para su confección. Sin embargo, se advertía de que «podrían florecer rivalidades personales entre el abrasivo Alfonso Guerra y muchos miembros del Gobierno». El informe explica cómo Guerra prefería seguir como diputado y vicesecretario general del PSOE más que como vicepresidente del Gobierno. Lo definen como un político de «carácter temperamental» y un «polemista que golpea fuerte».
En base a estos rasgos, la embajada de EEUU apuntaba que existía un peligro real de «fricciones» entre Guerra y miembros del Gobierno, especialmente Miguel Boyer. «Guerra ha socavado a Boyer en las luchas internas del partido y no se llevan bien personalmente», era el aviso de los informantes. Eso sí, no consideraban que este desencuentro rompiera la cohesión del Ejecutivo. Ambos protagonizaron un importante choque ideológico en el Gobierno del PSOE. Guerra se opuso a que Boyer fuera vicepresidente económico.