Editorial, LA VANGUARDIA, 30/10/11
Hace poco más de 36 años la dictadura dio un agónico zarpazo al fusilar a cinco activistas del FRAP y de ETA. El régimen desoyó el clamor internacional de clemencia, incluido el papa Pablo VI, aunque al final se avino a un simulacro de perdón indultando a otros seis condenados a muerte. Entre ellos, el etarra José Antonio Garmendia, que padecía graves lesiones cerebrales por el disparo que recibió de la policía al ser detenido. Su abogado era Juan María Bandrés, fallecido el viernes a los 79 años, ocho días después de que ETA se rindiera. Bandrés hizo lo indecible para que una generación de vascos abandonara la violencia. Y consiguió parcialmente su propósito cuando a principios de los ochenta se disolvió la rama político-militar de la organización terrorista, muy a pesar de algún sector del PNV. Euskadiko Ezkerra se quedó así con la intelectualidad de los Mario Onaindia, Kepa Aulestia, Teo Uriarte o Xabier Markiegi, mientras su coetánea Herri Batasuna aglutinaba a los del bate de béisbol; a quienes babeaban leyendo al mariscal Von Clausewitz y su invitación a usar la fuerza con crueldad, sin retroceder ante el derramamiento de sangre por grande que sea. Bandrés, a quien el santón peneuvista Xabier Arzalluz llegó a reprochar el haber educado a sus hijos en un liceo francés y no en una ikastola, tuvo el coraje de denunciar el doble lenguaje; sobre todo de quienes sentían alegría ante la muerte ajena y se rasgaban las vestiduras cuando el mártir era propio. Confesó con amargura haber asistido a un espectáculo de terror y crueldad humana donde ETA latía sin corazón y sus electores batasunos eran chulos ciudadanos vociferantes sin piedad. Lamentó como un grave error ético, pero también táctico, los tiempos en que los demócratas fueron tolerantes con los intolerantes. Pero al final ha vencido.
Editorial, LA VANGUARDIA, 30/10/11