La gente alaba a la selección española de fútbol que haya mostrado una frialdad con Sánchez manifiestamente opuesta a la calidez que demostraron cuando el Rey los recibió. Que sea la selección la que tenga que venir a darnos ejemplo de cómo tratar al aprendiz de dictador tiene pelendengues. Lo que me parece una barbaridad es pretender que el triunfo de España tiene un significado importante en política. Seamos serios: esas plazas repletas de miles y miles de españoles que iban todos a una, sintiendo lo mismo, enardecidos con los colores de nuestra patria y vibrando con un mismo corazón quiere decir lo que quiere decir: nada. Rectifico: significa que lo único que mueve al españolito es el fútbol. Algunos opinan que es el renacer del patriotismo. No tengo mucha fe en esa clase de patriota futbolero, pero vamos a pensar que sí, que lo es. Entonces, ¿dónde están cuando se trocea la unidad nacional, se indultan golpistas separatas, se pone en libertad a asesinos etarras, se autoindultan los corruptos, se deja pasar en blando los presuntos negocios del entorno del presidente o se prohíbe a los medios libres informar? ¿Dónde se reúnen españoles de todos los signos -no creo que los seguidores de la selección sean todos de la ‘fachoesfera’- alrededor de nuestra bandera y nuestro himno, gritando “España, España”? ¿Qué crisis de las que tenemos planteadas como nación concita semejante consenso?
Lamento decirles que ninguna. Lo repito: ninguna. Estamos siendo invadidos por un tsunami de inmigrantes ilegales y las protestas que se oyen, aparte de las de VOX, son de un discreto que recuerdan el rosario de las seis de las beatas provectas. Por eso Sánchez hace lo que hace. Sabe que con el fútbol tiene entretenido al país. Su impunidad nace de nuestra capacidad prometeica de no movernos nada más que por la pelotita. O por el famoso de garrafón al que expulsan de no sé que islote porque se ha comido un coco sin permiso de la dirección del programa.
Sánchez es Juan Palomo, yo me lo guiso, yo me lo como, porque nadie está dispuesto a discutirle cinco minutos quién paga la comida, si está mal o bien guisada o si es el único que tiene derecho a comer
Sánchez es Juan Palomo, yo me lo guiso, yo me lo como, porque nadie está dispuesto a discutirle cinco minutos quién paga la comida, si está mal o bien guisada o si es el único que tiene derecho a comer. Y cuando Abascal pone pie en pared y dice que hasta ahí podríamos llegar con el reparto de menas, se le demoniza. A Begoña, no. Al hermanísimo, tampoco. A Barrabés, menos, que estaba malito y, ¡oh maravillas de la ciencia!, se recuperó prodigiosamente por cuestiones judiciales. No hay que demonizar a los de los ERES, que se van a ir de rositas, ni a los Pujol, ni a Puigdemont, ni mucho menos a Marlaska. Todo sea por la convivencia. A los de VOX sí hay que arrearles, porque son la extrema derecha mega-ultra-hiper fascista a la que se le ocurre decir que aquí no cabemos todos y que los que vienen no tienen nada de menas, porque tienen pelo en los gladiolos y se afeitan desde hace tiempo.
Ante eso se esgrime un argumento falaz: ahora que teníamos acorralado a Sánchez, viene VOX y le da un balón de aire. Un balón de leches. Cuando uno pacta con el monclovita repartirse el CGPJ, el Constitucional, RTVE, los cargos en Europa y el resto de palancas que tiene el estado quien da el balón de aire es el que lo hace. Y mientras discuten si son galgos o son podencos, negando la mayor, Sánchez Juan Palomo sigue guisándoselo y comiéndoselo. Así, continuará en la cocina años. Porque ni la selección es gobierno, el fútbol parlamento o el españolito medio está por atacar el problema de fondo, que es la tibieza democrática y la partidocracia. El ir tirando y hablar mal del gobierno, para luego votarlo o quedarse en casa, es lo nuestro. Por eso lo de la selección no importa. Ojalá fuésemos todos como ellos.