El Correo-TONIA ETXARRI

No lo tendrá fácil el nuevo presidente de los andaluces para gestionar el primer Gobierno no socialista de esa comunidad autónoma. En los dos días que ha durado el pleno de investidura del popular Juan Moreno Bonilla, el centro derecha (PP y Ciudadanos) estaba presentando su proyecto en las instituciones mientras la izquierda se desdoblaba para movilizar protestas alrededor del Parlamento. Debe ser la falta de costumbre. Cuando se ostenta el poder durante tantos años y, de repente, los electores retiran su confianza al partido tradicional y aparece la alternancia, a los afectados les cuesta encajar el golpe. Pero nunca como ahora habían reaccionado de esta forma tan retadora planteando un pulso a una institución democrática.

Hace seis años, el PP andaluz ganó las elecciones. Pero no con la mayoría suficiente como para gobernar. Y el pacto entre el PSOE e Izquierda Unida dejó a Javier Arenas en la antesala del poder. Y Griñán, enfrentado entonces a su secretario general, Alfredo Pérez Rubalcaba, pudo presidir la Junta. Es cierto que a los populares andaluces se les quedó cara de póker. Era la primera vez que ganaban las elecciones autonómicas. Pero no organizaron ninguna manifestación de protesta en la calle. Mucho menos para rodear el Parlamento. Claro que entonces el populismo, que ahora está arrastrando a los socialistas de Sánchez, no era ni un proyecto en la política española.

También en Euskadi, en 2009, se produjo la alternancia. Fue un breve paréntesis. Había ganado el PNV, pero los socialistas, apoyados por el PP y UPyD, lograron aupar a Patxi López a Ajuria Enea. El PNV digirió mal aquel pacto. Los nacionalistas dijeron palabras muy gruesas, pero no entorpecieron la vida parlamentaria aunque se sintieron desalojados de unas instituciones que habían creído que les pertenecían.

Algo parecido a lo que le ha ocurrido ahora a Susana Díaz. Que al perder la condición que su partido ha ostentado durante 36 años se ha aferrado al comodín del miedo. Es la sombra de Vox. La desconfianza y los prejuicios hacia un partido de derecha extrema que no pudo colar todas sus intenciones programáticas en el pacto firmado con el PP.

El recurso al miedo hacia un extremo, desdeñando, sin embargo, las consecuencias que puedan tener los pactos de Sánchez con populistas, secesionistas y quienes no renuncian a la historia del terrorismo de ETA, se ha convertido en una marca de la casa en el PSOE actual. El nuevo presidente andaluz, del PP, pareció ayer que había encontrado su hueco. Con una manifiesta actitud templada, después de haber sido capaz de hilvanar la prepotencia inicial de Vox con el pánico escénico de Ciudadanos, se aferra a lo que está escrito. Pactos transparentes. Sabe que a Vox le pesa más su necesidad de aprovechar el Parlamento andaluz como caja de resonancia que para bloquear la gobernabilidad. En cinco meses tendremos elecciones locales. Les conviene seguir presentándose como la derecha sin complejos. Pero constitucionalista. Se aferra a eso Moreno Bonilla. Cuando se recuerde que el 47% de las mujeres jóvenes andaluzas no tienen empleo insistirá en señalar a quien ha gobernado durante tantos años en esa comunidad. Más preocupado debería estar por esa imagen de manifestantes rodeando el Parlamento. Se repetirán. Tendrá una legislatura cuestionada por quienes no aceptan los resultados electorales. Quienes demuestran un talante poco democrático. En democracia hablan las urnas. También la calle. Pero ésta no puede suplantar a las instituciones. Como si fuera un órgano de contrapoder.