Ignacio Camacho-ABC
- El desembarco de Montero aspira a agitar la placidez del liderazgo sobre el que el PP andaluz ha asentado un virreinato
Va Juanma Moreno por la vida levitando, como si flotase a un palmo del suelo, alzado por el sólido consenso social que las encuestas otorgan a su virreinato. En un tono moderado pero satisfecho exhibe los frutos de una gestión respaldada por las cifras micro y macro: el notable descenso del paro femenino, los proyectos ‘verdes’ de potentes inversores privados, la eclosión turística, la estabilidad presupuestaria, las exportaciones del sector agroalimentario, la captación de profesionales de la economía digital seducidos por el clima apacible y los impuestos (relativamente) bajos. Cualquier día va a necesitar que le recuerden que es mortal, como a los próceres romanos. Su plácida hegemonía, similar a la del Chaves de los primeros años, se basa en que resulta un dirigente fácil de votar porque su liderazgo respetuoso y empático ahuyenta el rechazo ciudadano. Quizá por eso Pedro Sánchez ha decidido sacarlo de la zona de confort enviando a María Jesús Montero para que le sacuda el sosiego, le obligue a pisar charcos y le llene de barro el oasis sobre el que ha asentado un poder que la derecha andaluza jamás había soñado. El objetivo de la estrategia monclovita no consiste tanto en recuperar la Junta, posibilidad remota a corto plazo, como en elevar la facturación socialista en las generales y recuperar escaños en una comunidad donde el reparto de sus 61 diputados es decisivo para que el presidente aspire a revalidar el mandato.
Moreno es consciente de que el aterrizaje de la ministra le va a obligar a fajarse más de lo que la flácida, desenfocada oposición de Juan Espadas le exigía. Su nueva adversaria tiene evidentes puntos débiles, entre ellos su deslucido desempeño como responsable de la sanidad en la etapa chavista y, sobre todo, el trato preferente del actual Gobierno a la emancipación fiscal de Cataluña y demás reclamaciones soberanistas. Pero nadie pone en duda su acometividad política, su desparpajo para defender consignas sin remilgos a la hora de utilizar el bulo o la mentira, su vis combativa, incluso faltona, reforzada por una desenvuelta gestualidad populista. Esa beligerancia ha sido clave en su designación –sin primarias– al frente de una organización regional deprimida, víctima desde la inesperada derrota de 2018 de una patente parálisis anímica y necesitada de sacudidas revulsivas. Y va a ser también determinante en la ofensiva contra el ‘juanmismo’, un estilo sereno, constructivo, cuyo mayor éxito obedece a la voluntad de alejarse de conflictos, y que ahora deberá sufrir la prueba de contraste de enfrentarse no sólo a una consumada especialista en hacer ruido, sino a todo el aparato de la Moncloa y a su eficaz equipo propagandístico. Del desenlace de este duelo dependerá en buena medida la suerte del sanchismo. Andalucía ha sido siempre desde la Transición el escenario donde se forjan –o fracasan– los cambios de ciclo.