Antonio Elorza, EL CORREO, 14/7/12
Estamos ante un ejercicio del conocido efecto mágico del conejo que sale de la chistera: ni uno ni otro cuentan en realidad, importa el autor de la trampa
En 1981 participé, naturalmente sin éxito, en una campaña electoral en Gipuzkoa. Como estaba averiado mi Mini matricula de San Sebastián, utilicé un 127 prestado con registro en Madrid. Así que cuando en un desplazamiento, al cruzar Rentería por la vieja carretera, sentí alguna inquietud ya que unos mozos habían instalado un control de carreteras, tomando la idea de los que por todos lados ponía la Guardia Civil, y sobre unos bidones tenían puestas grandes piedras. Todos los coches se paraban y por lo que pudiera pasar contestabanan a la pregunta formulada por el jefe del grupo. «Consigna», me espetó. «¡Gora Euskadi askatuta!», le respondí. Siguió la luz verde: «¡Dejadle pasar, que es etarra!». Pero entonces salió de su espalda un pequeñajo gritando: «¡No, no, que lleva corbata!».
Recordé el episodio al mirar la foto del gobierno en la sombra presentado por Bildu, ya que por vez primera lucía corbata alguien vinculado a la izquierda abertzale: el futuro ministro de relaciones con La Rioja y otros países extranjeros. Todo un signo de que la ceremonia tenía una dimensión privilegiada de marketing. Por parte de la izquierda abertzale (IA) se ha tratado de ofrecer una imagen sosegada, de personas ligadas a los niveles más respetables de la sociedad civil, con títulos universitarios, futuros gestores en quienes resulta posible confiar, todo lo contrario de lo que representaba hasta ahora el círculo de militantes agresivos del entorno de ETA. Es el momento de llevar la lucha al terreno del PNV, quien hasta ahora no solo encarnaba la conjugación de nacionalismo con democracia, sino que implícitamente ofrecía la garantía de una gestión de la economía y de la sociedad libre de todo riesgo de convulsiones. La presencia de una mayoría de vizcaínos forma parte asimismo de esa voluntad de competir electoralmente por encima de la distinción de espacios que en cambio los jelkides o jeltzales quisieran mantener.
No es esto, sin embargo, lo esencial. El órgano de prensa de IA supo expresarlo: la ceremonia de presentación del futuro gobierno de EH-Bildu es la muestra de que la formación abertzale va a actuar políticamente rechazando «modelos caducos» y aplicando «valores de la izquierda». A la vista de lo sucedido, hay que darles la razón. Sin duda el modelo caduco es el de la democracia en el funcionamiento, tanto de los sistemas como de los partidos políticos, y los valores de la izquierda, convenientemente ocultados detrás de la cortina académica, de los trajes y de la corbata ladeada de Jon Etxabe, son los ya conocidos y practicados durante décadas por su sector, al proceder al desdoblamiento entre los centros reales de poder y aquellos que se limitan a aplicar –en este caso a traducir también en un lenguaje digerible– las decisiones de aquellos.
Obviamente, no es un «modelo caduco» de tipo democrático, que de repente un grupo de estimables profesionales aparezca ante la opinión pública como los aspirantes a gobernarles en el futuro. Más bien estamos ante un ejercicio del conocido efecto mágico del conejo que sale de la chistera: ni uno ni otro cuentan en realidad, importa el autor de la trampa. Con todo el respeto debido a las personas, estos pre-gobernantes han optado por servir de instrumento a quienes realmente ejercen el poder en IA, que no son ni los militantes por la Euskal Herria libre en sus asambleas, ni los cargos electos, ni EA, ni Aralar, ni la minúscula Alternatiba, sino quienes han sustituido desde 2010 a ETA en el mando de las operaciones. Para deshacer cualquier equívoco, ahí se encontraban como espectadores preferentes Rufi Etxebarria y Joseba Permach, dejando ver dónde está situado el centro efectivo de las decisiones. Si en el futuro, más allá del ejercicio de las funciones que les fueran asignadas, y de la habilidad para encontrar variantes formales en la argumentación –Etxabe emulando a Martin Luther King–, si alguno de ellos trata de pensar por si mismo y llega a desviarse del patrón que les es trazado en las cuestiones fundamentales, su suerte será la misma de sus predecesores, desde los tiempos de Hasi. Llegan a sus puestos para ser transmisores del independentismo de la exBatasuna. Todo un acierto de diseño. La eficacia del ‘modelo’ está ya probada. La historia de la izquierda abertzale surgida en torno a ETA ha sabido conjugar la constante sucesión de denominaciones con la fijación de un pensamiento único a cuyas pautas se atienen de modo ejemplar tanto dirigentes como militantes y seguidores. En cuanto a lo primero, cabe augurar que el futuro habrá un castigo para los estudiantes de las escuelas vascas comparable al que existió en el pasado español al exigir la recitación de la lista de reyes godos. Tendrían que enumerar, con ordenación cronológica, la sucesión de siglas con las que se fue enmascarando desde los años setenta una realidad: la proyección política de ETA sobre la sociedad vasca. Una máscara sustituye a otra, bajo otro nombre o repintando a la anterior, con hallazgos tales como las famosas comunistas de las tierras vascas, y también profanaciones (ANV). Hasta el punto de que cuando la izquierda abertzale recupera la vida legal, con Sortu, no se nota hacia el exterior, ya que la máscara Bildu sigue vigente.
Y sobre todo se mantiene la disciplina leninista instaurada en los años setenta, a golpe de actos punitivos. Da lo mismo que hable un dirigente regional que una chica de aspecto punky y orígenes supuestamente feministas en un programa de ETB. Siempre las falsas evidencias, sobre la necesaria independencia de Euskal Herria (¡con Iparralde!), «el Pueblo Vasco», el «conflicto», la consiguiente culpa del Estado en que «la violencia» se diera, el rechazo de la declaración de responsabilidad criminal por los etarras, la admonición al Estado de que con su «rigidez» obstaculiza «la paz». Pronto jurarán todos por la «soberanía alimentaria». Funciona.
Antonio Elorza, EL CORREO, 14/7/12