ABC 03/02/16
IGNACIO CAMACHO
· Pedro Sánchez está tan entusiasmado con su flamante encargo que anoche improvisó un minidiscurso de investidura
NO hay nada tan parecido a la vieja política como la nueva política. Los partidos emergentes –en realidad ya emergidos– llaman nueva a una política que lleva décadas funcionando en otras latitudes, de forma muy significada en Italia: un juego de intrigas palaciegas, de mercado negro maquillado con posmodernas simulaciones en streaming para darle una pátina formal de transparencia. Una política de logia y amago que utiliza la voluntad de los ciudadanos como plastilina para moldear los engañosos equilibrios de poder de la partitocracia.
Todo este culebrón de la investidura, los vetos mutuos, el rigodón de pasos adelante y atrás –pasa tú primero, ahora declino, ahora me ofrezco–, no representa más que un conjunto de ardides tácticos y movimientos de esgrima destinados a bloquear al adversario o a ganar –más bien a perder– tiempo para que la cuenta atrás precipite por su propia inercia el desenlace. Con todos sus riesgos, nada es lo que parece. El resultado electoral ha desconcertado a los partidos porque ni siquiera los nuevos estaban preparados para desenvolverse en escenarios de incertidumbre que exigen saltar sobre prejuicios ideológicos y muros sectarios. Las urnas han centrifugado los bloques binarios hasta el punto de que Pedro Sánchez, tan entusiasmado con su flamante encargo que anoche improvisó un minidiscurso de investidura, está obligado a negociar su estrategia frentista en primer término con su propio partido.
La conclusión, provisional, es que la quiebra del bipartidismo no ha alumbrado todavía un panorama mejor. El futuro gobierno, si lo hay, será más débil e inestable que los anteriores y en todo caso producto de una amalgama poco cohesionada. Por eso algunos sistemas contemplan la doble vuelta u otorgan primas de escaños a la fuerza más votada; el español no es ni de lejos el régimen electoral más mayoritario. De hecho las mayorías unívocas se han desplomado en cuanto los ciudadanos han dispersado su voto. Eran ellos, no la ley, los que favorecían la estabilidad; la desconfianza provocada por la corrupción y la crisis ha sembrado confusión sociológica y esta es la consecuencia: una política ladina, de endogámicas alianzas de despacho. Una interpretación del veredicto popular sesgada por la ambición de poder. La de antes, la de siempre.
En esta timba de tahúres todos los jugadores guardan un comodín en la manga, que es el regreso a las urnas. Tal vez este tiempo de postureos y tentativas responda sólo a la búsqueda de argumentos exculpatorios para llegar a esa salida, teniendo en cuenta que en política la exculpación pasa siempre por endosar la responsabilidad a otro. Sin esa carta marcada, que puede convertir estos tanteos en minutos de la basura, en prólogo de una eventual campaña, las negociaciones serían más intensas y más sinceras. Como lo fueron, guste o no, tras las municipales. Por una sola razón: en los ayuntamientos no se pueden repetir las elecciones.