IGNACIO CAMACHO-ABC
- Una Esquerra descabezada deberá decidir entre investir a Illa o ir a nuevas elecciones con otra coalición separatista
El descalabro del domingo ha provocado en Esquerra Republicana una catarsis que de momento se ha llevado a Aragonés por delante y ha abierto un debate sobre el liderazgo cuyo desenlace influirá necesariamente en las negociaciones poselectorales. La dimisión diferida de Junqueras –las suspensiones temporales se van a poner de moda– deja la incógnita de quién va a decidir la política de pactos en un partido donde las decisiones se han tomado muchas veces por el método asambleario. Hay un sector partidario de seguir manteniendo con los socialistas un entendimiento pragmático y otro que considera que ha sido el abandono de la línea rupturista lo que ha permitido a Junts consumar el ‘sorpasso’. Del modo en que se resuelva esa dialéctica depende que Cataluña tenga presidente o haya que volver a las urnas tras una fase de bloqueo parlamentario.
Porque el único Ejecutivo viable, y no demasiado, es un tripartito de izquierdas dirigido por Illa con el apoyo de ERC desde dentro o desde fuera. La investidura de Puigdemont, aunque llegue a presentarse, parece hoy por hoy una entelequia. Es difícil que Sánchez se atreva a regalar su triunfo sacrificando al candidato para salvar su propia cabeza; los votantes no se lo perdonarían y la pérdida del granero catalán de votos, la clave de su resistencia, sería un descomunal error de estrategia. Así que tendrán que ser los republicanos quienes desequilibren en un sentido u otro la correlación de fuerzas.
La tentación de cargarse al prófugo es grande para ellos. La cuestión es el precio. Sus dirigentes se comieron tres años largos de talego para acabar perdiendo ante el tipo que se largó a cobrar su pingüe asignación en el Europarlamento y ahora vuelve a reclamar la Generalitat como quien exige un derecho. Pero también es cierto que la huida le ha resultado un éxito: ha crecido en votos y la carambola de julio lo convierte en árbitro de la estabilidad del Gobierno, al que ha obligado a otorgar la amnistía y le ha impuesto las reglas de juego. Darle la espalda y ponerle los cuernos con el PSC entraña el riesgo de decepcionar del todo al independentismo irredento, que pese a su retroceso aún suma entre todas sus formaciones un 43 por ciento.
La propuesta ‘puigdemoníaca’ –como le gusta decir a Alsina– consiste en tumbar a Illa, forzar nuevas elecciones y acudir a ellas en una nueva coalición procesista. A Sánchez no le iría mal, podría ganar unos meses sin alterar el `statu quo´ y ahorrarse la incomodidad de ponerse de rodillas cada vez que pretenda que el Congreso le convalide una ley o una medida. Y siempre le quedará la posibilidad de convocar él mismo unas generales anticipadas con el impulso de la victoria catalana. En esta partida de tahúres Esquerra está emparedada entre dos tramposos expertos en esconder cartas en la manga. El problema es que ésta es la clase de gente que manda hoy en España.