Ignacio Varela-El Confidencial
- Es muy zapateril esto de sustituir un problema grave para el que se carece de solución por un fútil «te apuesto que»
La peor de las propagandas es la que apesta de lejos a propaganda. No sé ni me importa —aunque puedo suponerlo, porque reconozco el estilín— quién indujo al presidente del Gobierno a iniciar una maniobra de distracción sobre lo que hoy es uno de los mayores problemas de la economía del país y un drama para millones de familias, lanzando una apuesta de casino en la que solo ponía en juego lo que perdió hace mucho tiempo: su crédito personal.
Es como si lo estuviera viendo: “Hay que inventar una fórmula para que el jefe pueda lanzar un compromiso público sobre el precio de la luz con el que, pase lo que pase, no pueda fallar”. Un puñado de cerebros monclovitas exprimiéndose los sesos durante varios días, calibrando al milímetro los términos precisos del envite de forma que pareciera muy concreto, incluso arriesgado, pero que en realidad dejara varias puertas de salida para llegar al ale-hop final. El resultado: “Me comprometo a que todos los ciudadanos con un consumo medio al final de 2021 paguen una cuantía semejante y similar a la que pagaron en 2018, lógicamente con el IPC descontado”. Bla, bla, bla.
Cuando lo leí a cuatro columnas en la edición dominical del 5 de septiembre, pensé: «Esto es demasiado sofisticado para no tener truco, ya están preparando la comparecencia triunfal de fin de año». No tenía un único truco, tenía varios:
El primero —muy sanchista—, comprometerse a algo que no está en sus manos, porque depende de múltiples factores que escapan del control del Gobierno.
El segundo, elegir una fecha —2018— que no significa nada para el público y que solo sirve por ser la referencia más ventajosa para el apostador.
El tercero, usar un sujeto engañoso. Nada será tan sencillo, llegado el momento, como transformar “todos los ciudadanos” en “el promedio del conjunto de los hogares” o cualquier otra confusa unidad de medida que parezca lo mismo sin serlo.
El cuarto, aprovecharse de la impenetrable oscuridad de la formación del precio de la electricidad para escamotear los conceptos que en los próximos días nos hartaremos de escuchar: media anual, tarifa regulada, PVPC (Precio Voluntario para el Pequeño Consumidor), tarifas del mercado libre, mercado mayorista y mercado de futuros, estadísticas semestrales de Eurostat, y así hasta el hastío. Nada de eso se mencionó en las más de 4.000 palabras de la entrevista-alocución presidencial porque justamente se trataba de reservarlo para que el truco funcionara en todo caso, al margen de cuál fuera el comportamiento de los precios de la energía en el último trimestre del año. Y, como cláusula de salvaguardia, el IPC.
Pero el auténtico fraude no está en la formulación tramposa del compromiso, sino en la intención de la jugada: ya que no tenemos una solución, lancemos un anzuelo. Resultó un juego de niños distraer del problema de fondo a los podencos de la oposición y de los medios y ponerlos a perseguir la promesa de Sánchez, como si lo importante en este drama económico y social fuera el morbo de comprobar cómo se las arreglaría esta vez el Tamariz de guardarropía que habita en la Moncloa para salir del apuro en el que parecía haberse metido.
Por el camino, el desastre ha continuado su recorrido implacable. La transición energética tardará al menos un par de décadas en completarse. Los precios del gas y la electricidad crecen descontroladamente y se augura un largo periodo de carestía de todas las fuentes de energía. Esta situación presiona sobre toda la cadena de precios, atizando la espiral inflacionista que compromete las previsiones de recuperación económica, eleva los costes de la producción, castiga a los ciudadanos en su doble condición de trabajadores y consumidores y crea situaciones angustiosas en millones de familias vulnerables y de pequeñas empresas que sobreviven de milagro en tiempos de pandemia.
Mientras tanto, el Gobierno envió a Bruselas un plan intervencionista que fue rechazado con los calificativos más duros que admite la rebuscada prosa comunitaria.
Hay una noticia y un consejo para el presidente. La noticia es que lo menos importante de todo este asunto es si él cumple o deja de cumplir su compromiso. Aunque el planteamiento fuera honesto —lo que nadie contempla—, la preocupación de los españoles no es si este año la luz les costará más o menos que en 2018. Saben de sobra que pagarán más que nunca y más de lo que muchos pueden permitirse. Cuando llegue a los hogares y a las familias el recibo de diciembre, no buscarán en el cajón el documento equivalente de hace tres años para consolarse y constatar el acierto providencial del Gran Timonel. Simplemente, maldecirán por lo desaforado de la cifra y se preguntarán a qué otra cosa esencial les toca renunciar esta vez.
Lo que España necesita es que se moderen los precios de la luz que arrastran al alza todos los demás, no que Pedro Sánchez se dé el gusto de exhibir un supuesto complimiento de una promesa fullera mientras le asoman las cartas marcadas por la bocamanga. Es muy zapateril esto de sustituir un problema grave para el que se carece de solución por un fútil “te apuesto que”. Por eso digo que a la maniobra se le nota la escuela.
El consejo para el presidente es que, por su propio bien, no se meta en el avispero de pasar la última semana del año proclamando a los cuatro vientos que cumplió la promesa pese al ejército de agoreros que pronosticaron lo contrario.
Le aseguro, presidente, que, en este asunto, el ánimo del personal está para pocas bromas. Ver al político español más trapacero desde Lerroux festejándose y reclamando ovaciones porque “el promedio de los hogares en su conjunto, considerando tanto a los clientes con tarifa regulada del PCPV como a los consumidores del mercado libre, arroja un gasto medio anual similar al de 2018” (o cualquier otro ejercicio de prestidigitación estadística que le suministren como burladero) puede desbordar la paciencia de mucha gente que vive al límite.
Nunca debió hacer aquella declaración del 5 de septiembre. Pero, aunque su trayectoria le haya hecho creer que el umbral de tolerancia social del embuste es infinito, lo más recomendable tal como está el patio en esta segunda Navidad pandémica es, por una vez, no elevar la apuesta, no embriagarse de sí mismo y ensayar una cierta sobriedad. A veces funciona.