Las apelaciones a la unidad con el resto del nacionalismo las han hecho ETA y Batasuna siempre desde la debilidad, pero los otros partidos han acudido en su auxilio porque, a pesar de lo desagradecida que resulta la izquierda abertzale, han tenido miedo a la derrota policial de la banda terrorista. No quieren que ETA desaparezca por la acción de la policía y la justicia.
Cada vez que ETA y Batasuna se sienten con el agua al cuello lanzan un SOS al resto del nacionalismo vasco para que acuda en su rescate. La petición de socorro, generalmente, suele funcionar. Luego, cuando los terroristas y quienes les apoyan superan los problemas, vuelven a las andadas y desprecian a quienes los ayudaron en los momentos difíciles.
Ocurrió, por ejemplo, en 1992 cuando ETA se tuvo que enfrentar a la crisis derivada de la captura de su cúpula en Bidart. Su desorientado entorno político puso en marcha una ronda de conversaciones con el PNV que le permitió recuperar protagonismo y mantener presencia pública cuando todas sus referencias se habían venido al suelo.
Después vino, en 1997, el encarcelamiento de la mesa nacional de HB y la marejada provocada por los sucesos de Ermua. ETA y HB acudieron a abrazarse al PNV y a EA en el pacto de Lizarra. Y en el 2003 fue la ilegalización de Batasuna la que dio lugar a un nuevo llamamiento que se plasmó en el Foro de Debate Nacional –en esta ocasión con el PNV al margen–, organismo que tuvo vida hasta que ETA pudo hablar de tú a tú con el Gobierno. Las apelaciones a la unidad con el resto del nacionalismo las han hecho ETA y Batasuna siempre desde la debilidad, pero los otros partidos han acudido en su auxilio porque, a pesar de lo desagradecida que resulta la izquierda abertzale, han tenido miedo a la derrota policial de la banda terrorista. No quieren que ETA desaparezca por la acción de la policía y la justicia.
El entorno político de ETA se encuentra ahora angustiado porque quiere presentarse a las elecciones locales del 2011 y sus posibilidades son nulas por su negativa a romper con la banda terrorista. En lugar de eso presenta como gran avance ideológico un documento en el que defiende un proceso «sin ninguna violencia ni injerencia externa». Eso es todo. Es como si un paciente que necesita un trasplante urgente de corazón se conformara con tomar una aspirina y encima pidiera que se le felicite por el tratamiento al que se ha sometido.
El documento hace veinticinco años hubiera sido pobre como punto de partida de un debate sobre la violencia en el seno del entorno etarra. Hoy resulta patético y muestra la incapacidad del mundo de Batasuna de desmarcarse con mediana claridad del terrorismo de ETA. También muestra la dificultad que tienen para percibir cuál es el nivel de exigencia que plantea la sociedad vasca que no quiere juegos florales sino denuncia efectiva del crimen como instrumento político. Puede que el documento y el debate sirvan para entretenerlos a ellos y a quienes crean que ETA y Batasuna están a punto de franquear las puertas de una nueva etapa, pero la historia no se va a detener para ver las discusiones bizantinas de la izquierda abertzale. Y para su desgracia tampoco se va a detener la justicia.
Florencio Domínguez, LA VANGUARDIA, 21/10/2009