José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
- Son características de todos los nacionalismos su insaciabilidad y la torticera irrenunciabilidad en sus propósitos. La de Junqueras es una finta que tiene el valor que Pedro Sánchez quiera concederle. Que será mucho
“Nuestra voluntad es la de siempre. La independencia es la mejor herramienta para ayudar a la gente de este país, pero las estrategias deben adaptarse a las circunstancias para ser ganadoras”. Esta es la tesis nuclear de la tribuna del abacial Oriol Junqueras publicada ayer en el diario ‘Ara’ y en la web de La Sexta aprovechando un acto que reunió en Barcelona a Pedro Sánchez y Pere Aragonès. El resto del texto es redundante (“represión”, “autodeterminación”, “amnistía”) en el argumentario del independentismo y tergiversa la secuencia temporal de los acontecimientos de manera grave al afirmar que “nuestra respuesta [al Estado] tampoco fue entendida como plenamente legítima por una parte de la sociedad, también de la catalana”, cuando la realidad es que la declaración unilateral de independencia no fue una respuesta sino el estímulo ilegal que activó las decisiones del Estado.
La anterior no es la única trampa del texto de Junqueras —de las que está repleto—, siendo la mayor de todas que el conjunto de lo que escribe, de cómo lo hace y de cuándo se publica remite a una finalidad estrictamente coyuntural: ayudar, solo aparentemente, a Pedro Sánchez a disminuir los costes de los indultos porque, en una primera y superficial lectura, podría entenderse como una rectificación del proceso soberanista por parte de los republicanos. Después de proclamar que el Gobierno podía meterse el indulto “por donde le quepa”, el presidente de ERC escribe este lunes que “hay gestos que pueden aliviar el conflicto, paliar el dolor de la represión y el sufrimiento de la sociedad catalana”.
Junqueras atrapa el síndrome del falso samaritano y remedando la figura evangélica da la impresión de aliviar al presidente del Gobierno en su particular calle de la amargura. Los secesionistas, temerosos de que Sánchez entre en un desplome de aceptación popular a propósito de los perdones, se avienen a echarle una magnánima mano aunque, en realidad, lo hacen al cuello, porque el recluso, incluso, advierte al inquilino de la Moncloa de que la “cuestión [sea esta el indulto o la amnistía] no termina con los presos y las presas políticas, sino que hay que hacerla extensiva al resto de las 3.000 personas que sufren causas judiciales”. Más deberes a Sánchez.
El propio líder republicano explicita el sentido de su posición: hay que localizar las circunstancias que ofrezcan la posibilidad de estrategias ganadoras y ha interiorizado, sin renunciar a nada, que la que han desarrollado hasta el momento no lo era, y apuesta por la mesa de diálogo con el Gobierno, a la que fía “el fin de la represión y la autodeterminación”. El ‘procés’ por otros medios, y lo reitera con una convicción que señorea en Cataluña desde hace tiempo: un referéndum ‘a la escocesa’. ¿Cómo sería posible? No lo es sin un proceso constituyente que tumbe la Carta Magna, pero el secesionismo confía en que se irá abriendo paso fraudulentamente el referéndum consultivo del artículo 92 de la Constitución, utilizándolo para lo que el constituyente nunca pensó —ni quiso— que pudiera emplearse. Y aunque perdiesen la consulta —siempre consultiva, aunque políticamente vinculante—, habría quedado abierta la puerta para reiterarlo. Se trata de abrir un boquete en el casco del buque constitucional y hundirlo con una potente vía de agua.
En Junqueras, el cinismo es uno de sus rasgos idiosincráticos. Urkullu consideró que “lo peor de la política se ha encarnado en él”
Son características de todos los nacionalismos —incluso de aquellos que han cursado con expresiones violentas— su insaciabilidad y la torticera irrenunciabilidad en sus propósitos. Véase al presidente del PNV: el pasado día 30, en una entrevista en ‘El Correo’, afirmaba que los indultos no bastan, que hay que abrir “el problema territorial” y que él “no se fía de la Justicia española”. Todo ello referenciado a Cataluña, aunque también ‘pro domo’ vasca. En el caso de Junqueras, el cinismo es uno de sus rasgos idiosincráticos. Quien mejor lo conoció cuando mediaba para evitar la declaración unilateral de independencia fue el lendakari Urkullu que consideró que “lo peor de la política se ha encarnado en él”. Y cuando Carles Puigdemont, en las horas más críticas, pensaba en evitar la culminación de la ilegal declaración de independencia, fue empujado a ella por su vicepresidente y líder de ERC, por la secretaria general del partido, la fugada Marta Rovira, y por la agresión tuitera de Gabriel Rufián.
Como acredita la historia —1931 con Maciá y 1934 con Companys—, ERC es un partido que carece de capacidad de compromiso. No la tuvo ni cuando formó parte del Gobierno tripartito con Pasqual Maragall. Su ‘conseller en cap’, el republicano Carod Rovira, aprovechó una ausencia del ‘president’ socialista para pactar en 2004 con la banda terrorista ETA que Cataluña fuera territorio exento de sus atentados. Fue destituido.
Estamos, pura y simplemente, ante un episodio más de funambulismo, de acrobacia política, de celada, cuyo valor es el que quiera concederle el Gobierno. Y Sánchez querrá darle tanto cuanto pueda para justificar su trayectoria en la Moncloa y la concesión de indultos, aunque en realidad es una finta meramente táctica. Por eso, procede la advertencia: si sus ‘amigos’ son como Oriol Junqueras, no necesita enemigos.