Josep Martí Blanch-El Confidencial

  • JxCAT se siente fuerte en estos momentos. Sabe que el sudor frío está en la frente de Pere Aragonés. Han vivido como una ofensa que ERC cerrara primero un pacto con la CUP y no con ellos
La militancia de la CUP, tal y como se preveía, se ha pronunciado favorablemente al pacto alcanzado con ERC y hoy votará sí. El aval de la extrema izquierda viene con coletilla: el pacto puede y debe mejorarse. Además los votos contrarios al acuerdo entre los militantes anticapitalistas han rozado el 40%. Recuerden este porcentaje para entender, en el caso de que finalmente haya un Gobierno ERC-JxCAT, por qué la CUP elevará el tono de la crítica al futuro ejecutivo desde el primer minuto de la legislatura y acabará convertida en oposición.

Pere Aragonés pasó el día de ayer encerrado en su domicilio escribiendo de su puño y letra el discurso de investidura. Por la tarde ya sabía que hoy podría cambiarlo desde el atril por una canción del amplio repertorio de Lluís Llach y que el resultado sería el mismo: agua. En su puzle sigue faltando la pieza principal del acuerdo: JxCAT. Los de Carles Puigdemont se abstendrán y no será hasta la segunda votación prevista para el martes cuando podría producirse un desenlace feliz para ERC.

La semana empezó con JxCAT pidiendo a Pere Aragonés que no se presentase todavía a la investidura y que dejase que fuese el candidato socialista, Salvador Illa, quien entretuviese a la parroquia. La oferta era para ganar tiempo de negociación. Aragonès, que no ve la hora de ser presidente, se negó en redondo y además forzó la máquina para cerrar su pacto con la CUP. La lógica de los republicanos contemplaba que con la extrema izquierda independentista en el bolsillo, la presión sobre JxCAT por parte del electorado soberanista y de la opinión publicada se incrementaría y acabarían dando su brazo a torcer. No ha sido así.JxCAT se siente fuerte en estos momentos. Sabe que el sudor frío está en la frente de Pere Aragonés. Han vivido como una ofensa que ERC cerrara primero un pacto con la CUP y no con ellos, que son quienes aportan el mayor número de diputados y con quienes ha de formar Gobierno. Se han sentido menospreciados lo cual ha añadido enfado y malhumor a la negociación.

Aunque el argumento principal que JxCAT ha utilizado para no entrar esta semana —ayer ni tan siquiera se reunieron los equipos negociadores— a tratar con ERC asuntos sobre las políticas a desarrollar con la nueva legislatura o detalles sobre la composición del nuevo Gobierno es el papel del Consell per la República que preside Carles Puigdemont. El expresidente pretende que sea este el órgano que, desde fuera de las instituciones, dirija la estrategia de negociación con el Gobierno de Pedro Sánchez.JxCAt recupera de este modo el discurso legitimista del “presidente y el Gobierno en el exilio”, con el que se quiere neutralizar el margen de maniobra de Pere Aragonès desde la presidencia. Se trata de imponerle una tutela por parte del puigdemontismo, que sería quien acabaría dictándole la estrategia y quien daría la orden oportuna para, llegado el momento, intentar un nuevo enfrentamiento con el Estado si la negociación con Pedro Sánchez fracasa o ni siquiera llega a empezar.

Los mensajes que ayer enviaron los voceros de JxCAT subieron de tono para dejar claro que no va a ser fácil llegar a un acuerdo. Algunos, desde las filas puigdemontistas, se echaron ya al monte y afirmaban que su partido no va a estar en el Gobierno. Que ERC tendrá que buscar un alternativa. Vaticinaban que lo que sí estarán dispuestos a propiciar en unas semanas es la investidura del candidato republicano, pero quedándose ellos en las bancadas de la oposición.

La opción de quedarse fuera del Gobierno, que empezó siendo una corriente muy minoritaría en JxCAt tras las elecciones, ha ganado enteros a medida que han pasado los días. Para simplificar, entre las dos personalidades que controlan este espacio, Carles Puigdemont y Jordi Sánchez, se agrupan las diferentes sensibilidades respecto a esta crucial cuestión.
Carles Puigdemont es más partidario de la línea dura en la negociación, incluyendo el escenario de que sin concesiones sustantivas por parte de los republicanos no hay que estar en el Gobierno. Por el contrario, Jordi Sánchez, está en posiciones más posibilistas y es favorable a forzar menos y cerrar un acuerdo posible.
Las virtudes que ve el puigdemontismo a no entrar en el Gobierno son fáciles de intuir: poder acusar al nuevo Ejecutivo de rendición y de abandono definitivo del compromiso independentista a cambio de nada.De hasta qué punto sea sincero este posicionamiento del puigdemontismo, o que por el contrario se trate solo de una estrategia para reforzar su posición negociadora, dependerá que Pere Aragonés pueda ser elegido presidente en la segunda votación prevista para el martes o, en el peor de los casos, en el periodo de dos meses que el reglamento fija como periodo máximo antes de la disolución de las cámaras y la repetición de las elecciones.

Pero hay que anotar que si el martes Pere Aragonés no es investido las cosas van a ponerse muy difíciles. La humillación para el candidato republicano será de campeonato. Y empezará a ser creíble que Carles Puigdemont ha dado órdenes de que el sitio de JxCAT está fuera del Ejecutivo para poder blandir sin complejos el martillo de herejes soberanistas, señalar traidores y recuperar el mando tras una legislatura corta. La historia interminable. Por cierto, todo esto en medio de una pandemia y una crisis económica. Más o menos como en Madrid, todo hay que decirlo.