Jon Juaristi, ABC, 6/5/12
Para los nacionalistas, el futuro de la Euskadi apaciguada no admite discusión: la quieren solo para ellos
«HE visto que en mi tierra han aparecido pintadas contra mí… Un enorme ataúd con mi nombre. Luego están los insultos, las difamaciones continuas, empezando por la más corriente y vulgar: Menudo chollo ha encontrado ése ». Son palabras de Roberto Saviano, el joven escritor napolitano cuyo libro sobre los negocios de la Camorra desveló las tramas del crimen organizado en su región natal. Como es sabido, Gomorra (2006) vendió dos millones de ejemplares y tuvo una secuela cinematográfica muy taquillera, dentro y fuera de Italia. «Ahora, con mi trabajo de escritor, puedo vivir, y pagarme mis abogados», afirmaba Saviano en su segundo libro, La belleza y el infierno.
La experiencia de Saviano no es muy distinta de la de algunos escritores vascos de mi generación, aunque no hayamos vendido tantos libros ni los hayan llevado al cine. Si no hemos conseguido vivir de lo que escribimos, nos ha permitido, al menos, pagarnos abogados, aunque algunos no quisieron cobrarnos. Tal fue el caso de los letrados que nos defendieron a Fernando Savater y a mí cuando fuimos demandados, hace varios años, por uno de los más conocidos delatores de la prensa nacionalista vasca: Xabier Lapitz (por entonces, creo recordar, subdirector del diario bilbaíno Deia). Tras aguantar durante largo tiempo sus insultos y difamaciones continuas, lo calificamos de «basura» y le acusamos de llamar la atención de ETA sobre nuestras personas. Lapitz nos demandó judicialmente, y su demanda fue desestimada a la vista de la colección de columnas de su autoría que nuestros abogados presentaron como prueba.
Lapitz perdió desde entonces su fe en la «Justicia española». Así lo dice y repite desde entonces. Lo que no ha perdido son sus inveteradas costumbres de chivato. En su columna del pasado domingo en Deia, arremetía otra vez contra Savater y un servidor de ustedes. Nada nuevo. Todo viene a resumirse en lo mismo que los camorristas de Nápoles insinúan de Saviano: Menudo chollo han encontrado ésos.
¿Por qué ahora? Tiene su explicación: la Kamorra abertzale —es decir, la tupida red de intereses que vincula entre sí a las distintas organizaciones del nacionalismo vasco— no quiere que nadie les estorbe en la reconstrucción de su hegemonía. Los presos de ETA a casa, por supuesto, pero que ni Savater ni Juaristi, a los que la radiante paz que nos concede la banda no debe nada, se atrevan a volver fiándose de la invitación al regreso que les dirige el actual gobierno de Patxi López. En la jerga gangsteril de Lapitz, sobra decirlo, Savater y Juaristi valen por todos los que tuvieron que irse del País Vasco amenazados por ETA. Si vuelven, advierte implícitamente Lapitz, que se atengan a las consecuencias porque la Euskadi apaciguada será sólo para los nacionalistas.
Por mi parte, volver a ese país encantador no entra en mis planes inmediatos, y no por cobardía, sino por asco. La fetidez moral de la Kamorra se te pega a la ropa apenas desembarcas en la estación de Abando. La tragedia vasca se resume en tres frases: se fue Savater, se quedó Lapitz, y volverán por navidades los heroicos gudaris de la bomba lapa. Pero, en fin, si eso es lo que quiere la mayoría de la parroquia, cómanselo con su marmitako y no vengan después pidiendo sopitas.
Jon Juaristi, ABC, 6/5/12