Rebeca Argudo-ABC

  • ¿Qué es importante para salir pitando de casa por una amenaza inminente?

Puestos a pertrechar un kit de emergencia para sobrevivir a una guerra o a una catástrofe, ante lo impreciso de la amenaza, yo prefiero prepararme para un apocalipsis zombie. Me parece más molón. Tras haber sobrevivido a una pandemia lavándonos las manos y aplaudiendo en los balcones a las ocho prefiero fantasear con que, esta vez sí, el fin del mundo será realmente épico. No es que yo sea muy buena preparando kits de supervivencia. Lo sé porque, hace unos años, un incendio descontrolado en la sierra de Tramontana obligó a desalojar el pueblito de al lado del mío y aparecieron en mi puerta dos bomberos, como si fuera el inicio de una peli cochinota, a advertirme de la posibilidad de ser los siguientes. Me recomendaron preparar una mochila con lo indispensable, por si me veía en la obligación de salir corriendo, y dejarla junto a la puerta. Lista para la emergencia. ¿Qué es importante para salir pitando de casa por una amenaza inminente? Agua, me dije. Y metí dos botellas de litro y medio. Metí también cervezas, por si acaso. «Ropa interior limpia», dijo la voz de mi madre dentro de mi cabeza. Y puse ropa interior limpia y también una muda completa. Y otras zapatillas. Y el ordenador. Y tuve que buscar un mochila más grande. Metí entonces el agua, las cervezas, la ropa interior, dos mudas en lugar de una, zapatillas, el ordenador, el neceser, un saco de dormir, barritas de cereales, mis galletas favoritas. Bajé al sótano a por una maleta. Metí el agua, las cervezas, la ropa interior, las dos mudas, zapatillas, ordenador, neceser, saco de dormir, barritas de cereales, las galletas y, como ahora cabían más cosas, también el juguete preferido de mi gato y su pienso, dos libros, el cargador del móvil (que se me había olvidado), el Scrabble, tres libros, libretas, bolis, toallitas húmedas, un fuet, crespells que había hecho mi vecina y no se iban a quedar ahí, un dibujo de mi sobrina, rebequita por si refrescaba, las escrituras de la casa, el pasaporte. La maleta ya no cerraba y eso ya no era un kit de superviviencia sino un fin de semana en Menorca. Urgía detenerse a recapacitar y priorizar necesidades o me iba a tocar contratar a un sherpa. No les aburriré: cambió el viento y el incendio fue controlado y extinguido. Y menos mal, porque me hubiese pillado el drama decidiendo si mejor meter otros vaqueros o un tupper con tortilla, si chubasquero o pastillas potabilizadoras, si la foto de la boda de mi hermana o la primera edición del ‘A’ de Gregory Halpern. Con el apocalipsis zombie es todo mucho más fácil y no dudo: revistas y cinta americana para envolver mis extremidades y protegerme de los mordiscos, cuerda y campanillas para hacer trampas de sonido, canicas para hacerles caer cuando me persigan, una linterna de manivela y un buen punzón que les atraviese el cráneo. Podría hacerlos en serie y comercializarlos. Ahí hay un negocio, lo veo, como con las mascarillas.