IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Es poco probable que el ‘Koldogate’ acabe con Sánchez. Pero es seguro que Puigdemont le va a subir la factura del chantaje

El Gobierno de Rajoy cayó por una sacudida muy colateral del caso Gürtel que, mediante una morcilla sesgada introducida en la sentencia de una causa secundaria, sirvió de pretexto a una moción de censura largamente incubada a la espera de que cuadrasen las circunstancias. Pretexto: subráyese la palabra. Pero en realidad la caída del marianismo se produjo porque se sostenía sobre una mayoría muy precaria y el PNV decidió liquidarla cambiándose de bando. La corrupción fue sólo la excusa; el escándalo de Correa y sus compinches había estallado en 2009 sin impedir que el PP pudiese gobernar siete años y ganar tres elecciones -una por mayoría absoluta- en ese plazo. Ni siquiera los comprometedores papeles de Bárcenas pudieron derribarlo. También el PSOE andaluz resistió casi una década en el poder con el sumario de los ERE abierto en el juzgado, y sólo se derrumbó por puro desgaste, por cansancio y por una de esas carambolas con las que el destino se ríe de nuestros presagios.

Es improbable por tanto que el ‘Koldogate’ acabe con Sánchez. Le beneficia la lentitud de los tiempos judiciales. Quizá abrase a Cerdán y cause daño entre el segmento menos sectario de votantes, pero a ninguno de sus socios le conviene que la derecha gane. Y Ábalos callará lo que sabe porque tiene su propio futuro en el aire; amaga para negociar en busca de una salida que aunque ya no puede ser honorable respete algunos de sus intereses personales. La prioridad de los socialistas consiste en construir cortafuegos en torno a Moncloa, y tal vez si el asunto se sale de cauce la riada se lleve a algún ministro o alto cargo gubernamental por delante. De momento, es imposible pasar por alto el detalle de que la Fiscalía se ha negado a pedir para los investigados las habituales medidas cautelares, pese a que el riesgo de destrucción de pruebas parece incuestionable. El mensaje es que, dentro de sus posibilidades, no van a dejar tirado a nadie.

El único que puede tumbar esta legislatura es Puigdemont, y es difícil que se atreva a hacerlo mientras esté pendiente de la amnistía. Debe de estar contento; el ‘affaire’ de las mascarillas ha puesto en sus manos el mecanismo de respiración asistida que puede librar al presidente de la asfixia, y al mismo tiempo la coartada para cargárselo si no cumple el pacto de conseguirle una impunidad a medida. Tendría su gracia que un prófugo chantajista, responsable de un golpe contra el Estado, se cargase el mandato apelando a razones de ética política; un desenlace semejante sería la apoteosis final adecuada para el cúmulo de hipocresías, engaños y contradicciones de la aventura sanchista, pero no hay indicios objetivos para barruntar que esa paradoja catártica vaya a producirse todavía. Si llegase a ocurrir se trataría de un acto de justicia poética merecida, la moraleja fabulística sobre la tentación suicida de las malas compañías.