«Cargar sobre las espaldas de la izquierda abertzale el peso de todo lo ocurrido es otra forma de violencia», piensan, o quizá no, los organizadores, hijos de la misma madre de la banda terrorista. En consonancia y por la parte que le toca, ETA pide perdón, pero poquito, en un comunicado que sólo satisfizo a los más excitados. Ni siquiera a toda la comunidad nacionalista, que salvo la izquierda abertzale propiamente dicha no acaba de ver con buenos ojos esa distinción de las víctimas entre aquellas que no tenían una participación directa en el conflicto y las que sí. La literatura abertzale está trufada de amenazas contra distintos colectivos. La socialización del terror en la ponencia Oldartzen (1994), declarando objetivos a los concejales del PP y el PSOE y a los periodistas. Específicamente contra los periodistas, en la ponencia Txinurriak (1995): «En nombre de la libertad de expresión, en nombre de la democracia, realizan un trabajo y un dolor tremendo, con una impunidad total». Etcétera.
La esencia del terrorismo ha estado siempre en amenazar a unos pocos para acoquinar a muchos. Análogamente ahora, quieren pedir perdón a unos pocos para que les perdonen todos. No puede decirse que les vaya a salir mal del todo. Una víctima ponderaba el carácter reparador del comunicado de ETA, aunque supongo yo que con una posición minoritaria: «Después de 40 años, que te pidan perdón por haber matado a tu marido te hace ilusión».
El artículo 90 del Código Penal describe con admirable precisión los requisitos para beneficios penitenciarios, progresar de grado, incluso la libertad provisional: se requieren signos inequívocos de haber abandonado fines y medios de la actividad terrorista, satisfacción de la responsabilidad civil derivada de su delito, colaboración con las autoridades, entre otros fines «para la identificación, captura y procesamiento de responsables de delitos terroristas». La LOGP se extiende algo más en su artículo 72.5 sobre el mismo tema. Y luego pedir perdón a las víctimas, pero después de todo eso y nunca si no han esclarecido más de un tercio de sus asesinatos que aún permanecen impunes.
Era lógico que una manifestación por los beneficios penitenciarios tuviese como portavoz a ‘Kubati’, la excrecencia que el 10 de septiembre de 1986 disparó a ‘Yoyes’ cuatro tiros en presencia de su hijo de tres años. Volvió a matar mes y medio después, al colocar desde una moto un artefacto en el techo del coche en que viajaba el gobernador militar de Guipúzcoa. La explosión causó la muerte del general Garrido, de su esposa, del menor de sus seis hijos y de una ciudadana portuguesa, María José Teixera, que pasaba por el Boulevard.