Pocos españoles parecen haberse irritado porque las amenazas de muerte masivas sobre un servidor de Internet hayan obligado a sus responsables a retirar un documental que, con el título «Fitna», ha producido un parlamentario holandés para alarmar sobre los peligros que supone el islamismo militante para nuestras sociedades libres.
El método ha creado escuela. También entre sus víctimas que, por cierto, comenzamos a ser todos. Sólo se trata de combinar bien las dosis de miedo real y tolerancia fingida. Supone la perfecta inversión de todos los principios de la ilustración, de la inteligencia y de la libertad. Pero sus adeptos son multitud y reinan en tantos Gobiernos democráticos como en regímenes totalitarios, en el poder y en la oposición, en los ministerios y en las redacciones, en tertulias y en la Universidad. Es la corrección política. El término en sí debiera provocar espanto a los espíritus algo libres. Quizás lo provoque en muchos. Pero el miedo siempre es un poco mayor. Suficiente al menos para que el espanto o la indignación no se manifiesten. Y para que, si lo hace, sea reprimido con virulencia por un coro de voces que exigen corrección. O represalias. Sucede todos los días pero hay veces en que el coro de la armonía -que no es sino jauría contra el discrepante- tiene éxitos que hielan la sangre y deberían advertirnos sobre las amenazas que se ciernen sobre nuestras libertades sin que la mayoría de la sociedad siquiera lo intuya. El fenómeno es internacional sin duda. Pero en la España del Míster Z reafirmado y la oposición ilocalizable amenaza con convertirse en el auténtico «tsunami» que legitime la picota, la ruina, la cárcel o la hoguera para todo el que no comulgue con ruedas de molino.
Pocos españoles parecen haberse sentido irritados por el hecho de que las amenazas de muerte masivas sobre un servidor de Internet hayan obligado a los responsables del mismo a retirar de su oferta e impedir la difusión de un documental que, bajo el título de «Fitna» ha producido un parlamentario holandés, Geert Wilders, con objeto de alarmar sobre los peligros que, en su opinión y en la de muchos, supone el islamismo militante para nuestras sociedades libres. El documental Fitna (en árabe significa conflicto, guerra civil o tribulación) se limita a reproducir filmaciones y noticias todas reales, ninguna cuestionada, de actos terroristas, manifestaciones amenazantes y actos religiosos doctrinarios islamistas, intercalados con «suras», capítulos del Corán en los que se llama a la lucha implacable contra quienes no se plieguen a la voluntad de Alá. No crean ustedes que el parlamentario conservador y liberal -al que por supuesto se difama como ultraderechista desde todas las esquinas de la corrección política- se ha permitido la libertad de manipular imágenes como hace la cadena SER en su web. Wilders se ha limitado al cortar y pegar. El resultado es tan demoledor como ilustrativo. Pues al parecer es intolerable que alguien ponga juntas imágenes reales de islamistas amenazando a Occidente y matando a occidentales. La ONU, -insólita premura de este órgano marchito-, la UE -que no tiene otra cosa que hacer- y todo el coro de la corrección, la jauría retórica, se lanzaron sobre el parlamentario y el documental para dar la razón a la jauría armada que amenazaba con tanta efectividad a los trabajadores del servidor Life Leak que horas más tarde el documental desaparecía de la red. «El precio era demasiado alto». Así concluía el mensaje en el que la aterrada dirección del servidor explicaba que las amenazas de muerte les impedían defender la libertad de expresión.
El método funciona. También aquí. Sin llevarlo a extremos. Basta con la amenaza de liquidación social o laboral para imponer la idea de que mansos, dóciles y dependientes viven mejor y más seguros que quienes tienen criterio. La difamación del discrepante, comenzando con la oposición parlamentaria, ha tenido tanto éxito en la pasada legislatura que ya son legión los que sufren este especial síndrome de Estocolmo que les hace buscar, encontrar y adoptar las razones de quienes han querido destruirlos.
Hermann Tertsch, ABC, 31/3/2008