IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Dragó se va bien escrito y bien vivido. Era un personaje entregado al vértigo de un desafío experimental compulsivo

La muerte inesperada de Sánchez Dragó ha consternado a sus conocidos y amigos pero nos queda el consuelo de que se marcha bien vivido. Antes incluso que por su condición de escritor poliédrico, incansable, que dejó plasmada en cuatro decenas de libros, Fernando destacó siempre por su intenso vitalismo, insólito en un hombre de su edad, un personaje fáustico entregado a un desafío compulsivo de descubrimientos continuos. Lector voraz y autor prolífico, era en el pleno sentido de la palabra un letraherido, pero además un impetuoso buscador de los límites de sí mismo, un impenitente, orgulloso mujeriego y un conversador fascinante, proteico, jovial y divertido. Acostumbrado de muy joven a viajar por tierras exóticas, no perdonó una sola experiencia que pudiese acercarlo a su nirvana ideal de felicidad plena: investigó religiones, practicó liturgias mistéricas, consumió alucinógenos y bebió el machadiano vino de las tabernas. Descreído, libertario, castizo, cimarrón, rebelde de actitud y de conciencia, fue comunista y terminó apoyando a Vox por pura alergia a la deriva identitaria de la izquierda. Individualista, romántico, radical, taurófilo, apasionado de cualquier causa a contracorriente, polémica o quijotesca. Llevaba dentro el ying y el yang, la dualidad taoísta de una biografía repleta de paradojas internas que manejaba con el desparpajo de un Peter Pan poseído por la adrenalina goethiana de la juventud perpetua. Un hombre sin etiquetas y sin más dios que la libertad, como el pirata de Espronceda.

Y escribía como era. De prisa, acelerado, con vértigo, con un entusiasmo volcánico, febril, desbordado, frenético. Novela, ensayo, artículos, reportajes, autobiografía, crítica cultural y papeles de todo género. Su ‘Historia mágica de España’, tres tomos completos, es un clásico del esoterismo, un itinerario telúrico, variopinto y complejo, transido de espíritu aventurero, por la geografía nacional del mito y el misterio. Se adentró en la Guerra Civil a través de la tragedia de su propio padre asesinado en las primeras oledas del terror ciego y disertó –a su manera torrencial y un punto caótica– sobre esto y aquello: el orientalismo, la contracultura, la droga, el sexo, el toreo. Todo impregnado, como sus célebres programas de televisión, de insurgencia intelectual y de un cierto tremendismo estético, de socarronería provocadora, de disidencia iconoclasta, de activismo políticamente incorrecto. Cultivaba un estilo hiperbólico, a veces mordaz y otras épico, o militante, o bizarro. Un fraseo largo y desestructurado, una narrativa bullidora, a menudo traviesa, fanfarrona y algo salvaje: una escritura-espectáculo alimentada hasta el final por su asombrosa capacidad de trabajo. Esa obra versátil, híbrida, multifacética, es lo que deja como legado. Lo que se lleva es una vida bien apurada, bebida a tragos gozosos y largos.