Isabel San Sebastián-ABC

Las capitulaciones matrimoniales suscritas entre Sánchez e Iglesias incluyen cláusulas secretas referidas a Cataluña y Venezuela

Si algo ha demostrado Sánchez desde su toma de posesión como presidente de un gabinete de coalición con Podemos es que su Gobierno tiene una agenda oculta mucho más abultada que la conocida. Una lista de compromisos secretos, vergonzantes, limítrofes con la legalidad, contraídos con sátrapas de diverso pelaje y dudosamente encuadrables en la Constitución o en las reglas vigentes en la Unión Europea, todo lo cual los convierte en incompatibles con la verdad. Claro que la verdad es algo tan prescindible para el personaje que nos ocupa, tan alejado de su conducta, tan opuesto a su concepción de lo que ha de ser la política, que carece por completo de importancia. Es más; resulta ser directamente un lastre. El

terreno que él domina, donde se mueve como pez en el agua, es en el fango de la mentira.

El flechazo repentino que convirtió la pesadilla Pablo Iglesias en un maravilloso compañero de cama llevaba aparejadas algunas condiciones que la feliz pareja no tuvo a bien hacer públicas, aunque vamos atisbando las más evidentes, a pesar de los embustes con los que tratan de negarlas. Se refieren principalmente a Cataluña y Venezuela. Todavía desconocemos los detalles de lo acordado entre el líder socialista, su flamante vicepresidente y los costaleros independentistas que los encumbraron hasta donde están; la parte más escabrosa de esas capitulaciones matrimoniales suscritas sin luz ni taquígrafos. Lo que ya se ha visto y publicado, no obstante, basta para suponer que la humillación que le espera a España no ha hecho más que empezar. No es que vayan a arruinar nuestra economía, cosa que ya indican los datos de crecimiento y de empleo con luces de alarma inequívocas. Es que están dispuestos a destruir nuestra integridad nacional y el escaso prestigio que aún conservábamos en el ámbito internacional.

En lo que atañe a Cataluña, la famosa «mesa de negociación» abordará sin ambages el presunto derecho de autodeterminación y la celebración de un referéndum que ningún gobierno hasta ahora se había rebajado a discutir con los separatistas. En cuanto al mediador exigido por los sediciosos, ahora se comprende por qué dijo Torra aquello de «a ser posible» internacional. Él debía de estar ya al tanto de que sería un madrileño y se apellidaría Iglesias. O sea, que el número dos del Ejecutivo, abiertamente partidario de la celebración de esa consulta prohibida por la Carta Magna, ocuparía una silla reservada a los representantes de la legalidad democrática con el fin de defender la posición de los sediciosos. La antigua pesadilla del hoy enamorado Sánchez convertida en realidad.

¿Y qué decir de Venezuela? El infame «Delcygate» retrata a la perfección la abyecta sumisión de nuestro Gobierno al régimen dictatorial de Maduro. Ayer mismo, en el Congreso, el mismo Sánchez que hace un año reconocía a Juan Guaidó como el presidente legítimo de dicho país, en sintonía con todas las democracias del mundo, lo degradaba a «líder de la oposición». ¿Estaría obedeciendo las órdenes recibidas de la criminal Rodríguez a través del teléfono de Ábalos? ABC publicó esa información, procedente de fuentes de la máxima solvencia, y el señalado la negó con tanta contundencia como falsedad. Prueba de ello es que ni ha demandado al periódico, como haría cualquier persona honorable acusada en falso de tal vileza, ni siquiera ha remitido un desmentido oficial a ABC. Miente descaradamente, igual que hizo al negar que plagiara su tesis. Sabe Dios qué otras miserias nos quedarán por averiguar.