- Llevaron a la izquierda por la senda democrática lejos de los experimentos revolucionarios
El PSOE es un partido tan necesario como incorregible. Con algunas pausas, tiende a repetir sus errores constitutivos. No hay más remedio que conllevarlo. Nació radical y parece querer morir radical. Pablo Iglesias lo creó marxista, es decir, internacionalista y revolucionario, devoto de la lucha de clases, esto es, de la violencia política. Es difícil que muera. Si dejaran de votarle los hombres, le votarían los animales. Hay quienes votarían al PSOE, aunque presentaran en sus listas a un gorila. Es una especie de ciega fe laica. Y siguió siendo marxista hasta su conversión en los setenta. En sus tiempos más radicales no dejó de equivocarse con saña. Su hora culminante fue la revolución del 34. Si ganan las derechas, no queda otro camino que el golpe de Estado. Misterios de la democracia. Puro desastre. A veces me pregunto cómo Besteiro pudo militar en el mismo partido que Largo Caballero. Puede que tenga dos almas (me disculparán si no digo «sensibilidades»), pero tiende a prevalecer la mala. Hoy mismo. No fue así en los tiempos de Felipe González. Ha caído tan bajo que no es que nos lo parezca, como a Jorge Manrique, es que cualquier tiempo pasado fue mejor. Al lado de Zapatero y Sánchez, González y Guerra parecen Churchill y Adenauer. Mas creo que el proceso de beatificación laica de los dos dirigentes sevillanos es un poco excesivo. Llevaron a la izquierda por la senda democrática lejos de los experimentos revolucionarios. Perfecto. Impulsaron el atlantismo (después del absurdo referendo). Rectificación loable; promesa electoral incumplida. En general, fue una política internacional de Estado y europeísta. La política antiterrorista firme, con el grave error GAL. La defensa de la unidad de España y de la Constitución, irreprochable, a pesar de las absurdas concesiones, también de la derecha, a los separatistas. Consecuencia de u grave error de la Constitución y del sistema electoral. Además, mantuvieron en general es espíritu de concordia y de convivencia con la oposición. Por todo esto, la comparación con Sánchez y su séquito es imposible.
El descenso del nivel es insondable. De González a Sánchez. De Guerra a Ábalos. De Miguel Boyer a María Jesús Montero. De Maravall a Alegría. Sería posible continuar. Es un proceso degenerativo intelectual y moral. Y político. Todo esto, a cincuenta años de Suresnes, nos puede llevar a pensar que en la localidad francesa se forjó algo así como una Arcadia política en la que Pericles habría quedado oscurecido, en un segundo plano. Pero si uno prescinde de la realidad actual, y ojalá fuera posible hacerlo, nos queda el recuerdo de un final terrible del felipismo, aunque firmaríamos su regreso y la salida de Sánchez. La política económica llevó a un paro insoportable. La corrupción fue la más alta que vieron los tiempos (quizá hasta hoy). Acaso habría que recordar los casos a quienes carecen de memoria. Apenas hubo institución que no quedara afectada. Fue tal el desastre que ganó la derecha, aunque no por mayoría absoluta. González y Guerra no fueron, a mi parecer, sobre todo en sus últimos años, buenos gobernantes. Fue una urgencia desalojarlos. Pero al lado de Sánchez son la flor de los gobernantes y objeto de nostalgia política. Por cierto, los desastres de la derecha han sido también proverbiales, mas no son el objeto de este comentario.
Las últimas informaciones sobre la corrupción conducen a la desolación, pero también a la esperanza. Aunque los ministros, sin rubor ni vergüenza repitan las consignas como papagayos, la agonía ya ha comenzado. No sabemos cuánto durará, ni qué coste tendrá para los españoles, pero el final llegará. Y la infamia tardará en olvidarse. Hubo en España un Gobierno que cedió todo a los comunistas bolivarianos, a los separatistas, y a los herederos de la ETA para permanecer en el poder. Y además para llevar a cabo un proyecto de transformación inmoral de la sociedad española. Si a la derecha conservadora y liberal le queda un poco de lucidez, el final de la agonía no está lejos.