ABC 03/01/16
JUAN GÓMEZ-JURADO, ESCRITOR Y PERIODISTA
· Soy español y no quiero cambiar a España, porque España no es una idea, ni un proyecto, ni un sistema, ni una cuadrícula, ni un papel. Soy español, y comprendo que España soy yo, y que los cambios en este país no se conjugan en plural si no en singular, soy yo quien ejerciendo mi propia responsabilidad individual, tengo la responsabilidad de estar a la altura del país en el que vivo y del que me siento orgulloso
SOY español. Como Pau Gasol. Como Franco. Como Salvador Dalí. Como el descerebrado que golpeó al presidente del Gobierno. Como Cervantes. Como un concursante de «Gran Hermano». Soy español y estoy orgulloso de nuestra fuerza. Soy español, y tengo consciencia de nuestros fallos y de nuestras debilidades. Soy español, y tengo presente mi historia, las épocas brillantes y las oscuras. Soy español, y sé que eso me pide, mucho más que lo que me da.
Me han regalado una lengua, una lengua que comparto con 400 millones de personas, la lengua en la que se han escrito las mayores obras de la literatura universal. Me han regalado una tierra llena de sol y de libertad, una libertad cuya argamasa es el barro en el que sangraron nuestros abuelos. Nada de eso ha salido gratis, y debo ser consciente de ello.
Soy español, pero a veces parece que tuviese que avergonzarme de serlo. Soy un artista –más bien artesano, pero entiéndame–, y mis ideas están más cerca de la izquierda que de la derecha. Eso no ha impedido que pueda escribir en esta cabecera, que ha sido y será siempre un sinónimo de libertad y de pluralidad, mal que les pese a quienes no pueden esgrimir el orgullo de su historia ni el orgullo de las tres siglas que llevan siendo un baluarte del periodismo desde hace 112 años. No soy conservador, ni monárquico, ni católico, aunque siento el mayor de los respetos por quienes lo son. Y estoy muy orgulloso de escribir en este espacio, que antes que yo han ocupado los mejores y que mañana ocuparán otros mejores aún.
Soy español, pero a veces parece que no pueda serlo. Hace muchos años, la izquierda regaló la bandera, la patria, los símbolos nacionales y el orgullo a la derecha, porque los consideraba sucios, indignos. En lugar de limpiar esos colores que representan lo que somos, prefirieron renunciar a ellos e instalarse en una cómoda e hipócrita actitud de desprecio, una ceja alta levantada, un ser ciudadano del mundo. Un querer ser danés o venezolano, o cualquier otra cosa que ni conocen ni entienden, porque por mucho que renieguen de ello son españoles. No hay nada más español –ni más imposible– que no querer serlo.
Soy español, y cualquier metro cuadrado de una calle de Tarragona o de Sabadell es tan mío, tan España, como el metro cuadrado de calle que hay enfrente de mi portal. Tanto derecho tengo a quejarme del empedrado como el tarraconense. Y es bueno que así sea, y eso nos hace más grandes a ambos.
Soy español y viajo en un barco lleno de españoles, que son tan buenos y tan malos como yo, tan brillantes, tan fuertes, tan mezquinos y ruines como yo puedo serlo.
Soy español, y grito, como Julio César a su hijo adoptivo, en palabras de Shakespeare: «¡La culpa, querido Bruto, no es de nuestras estrellas, sino de nosotros mismos, que consentimos en ser inferiores! Soy español, y niego que nuestro carácter sea envidioso, maledicente o trapacero». Soy español y niego la picaresca y el derrotismo que nos hace sacudir la cabeza ante la corrupción y la trampa, y mirar hacia otro lado. Soy español y niego, con un fuerte golpe en la mesa, «que todos seamos iguales» y que «todos haríamos lo mismo si pudiéramos».
Soy español y no tengo miedo a quienes piensan distinto ni a dialogar con quienes tienen otra idea de hacer las cosas, porque sé que ninguna gran roca se eleva si todos los obreros tiran en la misma dirección.
Soy español y creo por encima de todo en las palabras de Giovanni Pico della Mirandola, quien en 1486 escribió en la sublime «Oratio de Hominis Dignitate» esta interpelación de Dios a Adán. Así habla la divinidad a su imperfecta pero esperanzadora criatura, en cuyas manos ha depositado la creación: «No te he hecho ni celeste ni terreno, ni mortal ni inmortal, con el fin de que tú, como árbitro y soberano artífice de ti mismo, te informases y plasmases en la obra que prefirieses. Podrás degenerar en los seres inferiores, que son las bestias, podrás alzarte, según tu ánimo y tu fuerza, en las realidades superiores que son divinas».
Soy español y no quiero cambiar a España, porque España no es una idea, ni un proyecto, ni un sistema, ni una cuadrícula, ni un papel. Soy español, y comprendo que España soy yo, y que los cambios en este país no se conjugan en plural, sino en singular. Soy yo quien, ejerciendo mi propia responsabilidad individual, tengo la responsabilidad de estar a la altura del país en el que vivo y del que me siento orgulloso. Soy español y confieso que muchas veces me he escudado en la idea de España como un ente colectivo, para camuflar en la masa mis propias flaquezas y debilidades, en lugar de rechazarlas, dar una patada en el suelo para quitar el barro de la suela de mis botas, levantar mi parte de la carga y empujar en la dirección que creo correcta, en lugar de mirar hacia los lados y encontrar en la pasividad de otros la excusa para mi propia indolencia.
Soy español y siento la imprescindible alegría de serlo. No voy a esquivarla ni a camuflarla en el desdén ni en la suficiencia. Pocas cumbres se han coronado, pocas tierras colonizado, pocos enemigos se han derrotado usando el desdén como cuerda, como nave o como escudo. Con responsabilidad, con valor, con sudor, y sobre todo con alegría, porque lo que soy, lo que es España, lo que somos, lo que puede ser, depende únicamente de mí mismo. Y ese cambio sí que puedo lograrlo.