Pedro Chacón-El Correo

  • Las provincias han sido siempre las verdaderas protagonistas en el País Vasco

Ya sabemos que en el País Vasco, una vez asumidas las transferencias pendientes, que están casi a punto, la autonomía conseguida no va a satisfacer al nacionalismo. No quiere el ‘café para todos’ o una autonomía a la que poco a poco se vayan acercando el resto de comunidades españolas o un concierto económico como al que pueda aspirar Cataluña. Lo que quiere es la bilateralidad o directamente la independencia. Frente a eso, los demás partidos políticos vascos se encuentran, como siempre, a la defensiva. Por eso, el nacionalismo siempre ha llevado la iniciativa política y por eso ocupa hoy el 70% del Parlamento vasco.

Se demuestra así que la pasividad o la negación no son alternativas políticas válidas. La gente no entiende el ‘no’ en política. El ‘no’ no resulta atractivo. Es necesario tener un planteamiento propio, un ‘sí’, una alternativa viable aunque sea utópica, pero defendible.

El socialismo vasco se está erigiendo en valladar frente a las reivindicaciones nacionalistas. Pero tiene el flanco débil de la actitud de su actual líder en Madrid, que está dispuesto a concederles todo a los nacionalistas, aunque luego sea muy difícil de sacar adelante (ley de amnistía, concierto catalán). El socialismo vasco digamos que es el partido más autonomista de todos, históricamente hablando, porque es el que dio pie a la autonomía vasca que ahora tenemos, desde el pacto entre su líder histórico Indalecio Prieto y el nacionalista Aguirre para conseguir el primer Estatuto vasco una vez iniciada la Guerra Civil. El socialismo vasco es antiforal por ser antiprovincial y es proautonomista en grado máximo, como toda la izquierda, pensando que de ese modo se acababa con los restos del foralismo provincial, visto como algo arcaico y retrógrado. Si por ellos fuera, dejarían de existir las diputaciones forales y las juntas generales y tendríamos solo un Gobierno y un Parlamento vascos. Y a eso le llaman federalismo, como si el federalismo histórico hubiera prescindido de las provincias. Véanse las obras de Gascue o de los Jamar y se comprobará cómo nunca se desprenden de la provincia.

El problema es que la actitud socialista es profundamente antihistórica y se lleva por delante la vida y la personalidad de las provincias. Ahora se está viendo, con el tema del TAV, cómo cada provincia tira para lo suyo, como siempre ocurrió en la historia vasca. En la centralización de todo lo vasco, el socialismo ha sido un aliado imprescindible para el nacionalismo cuando este ha buscado concentrar fuerzas para avanzar en su propio proyecto político. Pero, una vez que ambos han conseguido unir las tres provincias, el nacionalismo pretende desmarcarse del socialismo en la búsqueda de sus objetivos últimos.

Es por ello que el socialismo vasco se ha quedado sin alternativa desde el punto de vista territorial, sin futuro ideal al que aspirar, como si todo lo tuviera ya conseguido en el presente, lo cual en política vasca es letal, porque esta se fundamenta alrededor de una utopía, frente a la cual solo se puede oponer otra utopía, y aquí entra en juego la foralidad.

Foral quiere decir, en el País Vasco, pura y simplemente provincial. Las provincias han sido siempre las verdaderas protagonistas de la vida política, social y cultural vasca. Gracias a los que se empeñaron en sostener una Ley de Territorios Históricos en 1983, que preservaba parte de su personalidad histórica, las provincias siguen hoy conservando su vigencia, frente a la voracidad del Gobierno vasco. Y desde ahí pueden intentar reconstruir su preeminencia perdida.

Las competencias que hoy se gestionan desde el Gobierno vasco, como educación y sanidad, podrían gestionarse perfectamente desde las provincias. La enseñanza del euskera se podría modular mucho mejor en función de criterios provinciales. La Ertzaintza es una Policía en origen vizcaína y podría ser reconvertida, para Gipuzkoa y Álava, en los miqueletes y miñones respectivamente, que eran sus fuerzas del orden históricas. Los miñones, en particular, son el cuerpo de orden más antiguo de España.

La foralidad permitiría acabar con un gigantesco caparazón funcionarial que no para de crecer por parte del Gobierno vasco. Del mismo modo que los cuerpos legislativos pasarían a ser las actuales juntas generales provinciales, que se dotarían de la capacidad legislativa que el Parlamento vasco les usurpó.

¿Por qué la vecina Cantabria, con población mucho menor que las provincias vascas marítimas, o la vecina La Rioja, con población menor que Álava, se pueden gobernar uniprovincialmente y las vascas no?

La foralidad daría a quien la reivindicara una capacidad de iniciativa insuperable y equiparable a la de quienes ahora plantean el nuevo estatus como única fórmula de mejora del Estatuto vasco y una utopía sin la cual en el País Vasco no se puede hacer política.