ABC 29/09/16
ISABEL SAN SEBASTIÁN
· La guerra civil en el PSOE le impide dar batalla en unas elecciones
LA guerra civil en el PSOE, larvada durante meses, ha estallado con una virulencia inédita en nuestro escenario público. Nada menos que con el intento de asesinato político de su secretario general, meticulosamente planeado por parte de sus principales barones. Precisamente, y el dato es relevante, los que gobiernan o gobernaron importantes territorios.
Fue José Bono, a la sazón ministro de Defensa, quien dijo aquello tan bonito de «prefiero morir antes que matar». Una concesión a lo políticamente correcto falsaria y desvergonzada en términos metafóricos, habida cuenta de que en los partidos las navajas no pierden el filo y los enfrentamientos internos rara vez dejan heridos. Se saldan con la eliminación del derrotado. En el caso que nos ocupa, la del todavía líder, sitiado, cuya cabeza pende de un hilo frágil o ha sido ya rebanada, según la interpretación que se dé a lo sucedido ayer en Ferraz. En todo caso, la neutralización temporal de la organización en la que militan todos, abierta en canal, desangrándose e incapacitada para dar batalla en unas eventuales elecciones. O sea, condenada a la abstención en una investidura de Rajoy.
Fue Emiliano García Page, pupilo distinguido de Bono, uno de los primeros en advertir que era preciso «matar» urgentemente a Pedro Sánchez antes de que él hiciera lo propio con el PSOE. Tan urgente, que hasta el mismísimo One (y antaño only), Felipe González, salió a la palestra para tildar a su sucesor de «mentiroso» y mostrar así su respaldo a quienes querían defenestrarlo antes de darle tiempo a consumar su proyecto suicida: la conformación de un gobierno «de cambio» acordado con Podemos y apoyado por separatistas, que estaba decidido a intentar, fuese cual fuese su coste. Esa espoleta activó la rebelión consumada en forma de dimisiones masivas.
La ambición desmedida de Sánchez, su carencia absoluta de sentido de Estado, los sucesivos fracasos cosechados en las urnas, la torpeza con la que se ha empecinado durante meses en una negativa carente de alternativa que condenaba al país al bloqueo y, para rematar la faena, este último coqueteo obsceno con quienes ponen en solfa la Constitución y la unidad de España habían convertido a Pedro Sánchez en el enemigo público número uno de quienes, dentro de su formación, conservan la sensatez suficiente para comprender lo que está en juego. De ahí que se decretara la muerte del secretario general, cuya ejecución empezó a producirse ayer y debería consumarse antes del sábado, salvo que los pretorianos sanchistas consigan acabar antes con los conjurados. En política nadie va al cadalso si tiene la posibilidad de matar, y las espadas socialistas todavía están en alto.
Ahora Sánchez y sus incondicionales emulan los métodos de Pablo Iglesias, apelan al voto directo de la militancia, deslegitimando a los órganos de dirección, e instigan campañas en las redes sociales para que el apoyo que les falta dentro del comité federal se manifieste en la calle. Un «pásalo» similar al de 2004, pero dirigido contra su propia sede. Ahora el predicador de la coleta y él se han convertido en aliados dispuestos a pactar con el diablo con tal de alcanzar el poder y salvar sus respectivas poltronas. Aliados peligrosos para el futuro del puño y la rosa, porque Podemos ha devorado al socialismo en Cataluña y el País Vasco y le come pedazos crecientes en Galicia, Valencia, Aragón y otras comunidades. Un banquete que a la larga puede acabar con el PSOE y que el PSOE intenta evitar descabalgando a Sánchez. Claro que, para Sánchez, la prioridad no es el PSOE ni el interés general, sino asegurarse la condición de expresidente del Gobierno. Una bicoca que ayer vio escapársele de las manos.