GAIZKA FERNÁNDEZ SOLDEVILLA-EL CORREO

  • El auge del terrorismo en el Sahel es alarmante y a menudo olvidamos lo cerca que estamos de África

La pandemia de covid-19 no ha detenido la ola de violencia. El Anuario del Terrorismo yihadista 2021, del Observatorio Internacional de Estudios sobre Terrorismo (OIET), informa de que el año pasado se produjeron 2.193 atentados que causaron 9.603 víctimas mortales.

Debido al crecimiento de las franquicias vinculadas a Al-Qaida y a Dáesh, el yihadismo ha mantenido su tendencia expansiva. En 2021 hubo 36 países que sufrieron ataques de este tipo. El más golpeado fue Afganistán, donde se perpetraron 599 atentados en los que 3.169 personas perdieron la vida. Precisamente en Kabul la filial local de Dáesh cometió la mayor masacre de aquel año: 170 fallecidos en el ataque suicida del 27 de agosto.

Ese mismo mes los talibanes culminaron la reconquista de Afganistán reinstaurando el régimen islamista que EE UU había derribado dos décadas antes. Según el OIET, además de un desastre humanitario, la toma de Kabul «representa un nuevo hito histórico para el yihadismo global, que probablemente tratará de ser emulado a corto plazo en otros escenarios». En efecto, bandas terroristas de todo el orbe están exigiendo cuotas de poder a cambio de dudosas promesas de paz.

Después de Afganistán, los siguientes puestos en la clasificación corresponden a Burkina Faso (1.199 asesinatos), Malí (987), Níger (910), Nigeria (767) y Congo (548). África subsahariana, y especialmente el Sahel Occidental, se ha erigido en el principal foco de actividad yihadista a nivel global. La irrupción de las organizaciones terroristas en los países vecinos puede acabar desestabilizando toda la región.

De manera paralela, Dáesh ha resurgido en Irak y Siria, donde se han acumulado 456 y 337 víctimas mortales respectivamente. Con un perfil más bajo que hace unos años, el autoproclamado Estado Islámico ha sabido aprovecharse de los conflictos sociales y el sectarismo.

En Europa occidental los yihadistas han acabado con la vida de 10 personas a lo largo de 2021. Fueron atentados de bajo presupuesto, con armas blancas y sin apenas planificación previa, cometidos por ‘actores solitarios’ que habían decidido actuar después de un proceso de radicalización. Además, hubo víctimas europeas fuera de nuestro continente, dos de las cuales eran españolas: el reportero navarro David Beriain y el cámara vizcaíno Roberto Fraile fueron asesinados por yihadistas ligados a Al-Qaida cuando grababan un documental en Burkina Faso.

Sus muertes nos recuerdan que el terrorismo continúa amenazando la seguridad de España y de sus ciudadanos. Por suerte, se trata de un desafío que el Estado de Derecho está afrontando con notable éxito. Gracias a los cambios estructurales, los ajustes legislativos y la experiencia adquirida en la lucha contra ETA, la labor del CNI y las FCSE se ha ido perfeccionando con el tiempo. Cada vez resulta más eficiente. Según el Ministerio del Interior, en 2021 se efectuaron 23 operaciones policiales contra redes yihadistas en las que se detuvo a 40 sospechosos. Siete de ellas han tenido lugar en cárceles, que a veces son un foco de adoctrinamiento.

Pero la lucha contra la violencia política va más allá. En febrero del presente año el Ministerio del Interior ha aprobado el Plan de Prevención, Protección y Respuesta Antiterrorista. Se trata de una estrategia con cinco objetivos: 1) detectar, seguir y desactivar los procesos de radicalización violenta, en particular los de carácter yihadista, previniendo así la aparición de células terroristas o de ‘actores solitarios’; 2) reforzar los dispositivos de seguridad y los planes de protección de las FCSE para reducir posibles vulnerabilidades y minimizar las oportunidades de que se cometan ataques; 3) proteger objetivos sensibles en ámbitos esenciales; 4) perseguir a las organizaciones terroristas; y 5) responder a los eventuales atentados mediante una serie de procedimientos operativos de coordinación.

En España las cosas se están haciendo bien. No obstante, el auge del yihadismo en el Sahel es alarmante: a menudo olvidamos lo cerca que estamos de África. Mejor prevenir que curar. Es necesario que la UE en general y nuestro país en particular sigan colaborando con los gobiernos que se enfrentan al terrorismo en aquella región. Si ese dique no resiste, tarde o temprano la inundación llegará aquí.