IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Esta investidura alquilada no necesita programa. Su única justificación consiste en evitar que gobiernen los ‘fachas’

La amnistía es un detalle instrumental, una necesidad virtuosa. Un precio insignificante para poder combatir la desigualdad de género, la disrupción digital, la xenofobia o la emergencia climática. Un paso necesario para consolidar el avance social, la protección a los débiles y hasta para detener la guerra en Gaza. Incluso la famosa ‘pacificación’ catalana es secundaria ante los ambiciosos objetivos que hará posible esa herramienta facilitadora del Gobierno del bien frente al mal absoluto de la derecha retrógrada, instigadora de odio y capaz de suprimir ¡¡carriles-bici!! en su deriva fanática. Al menos ya sabemos que la ley de impunidad, aunque el presidente tardase 85 minutos en mencionarla, es sólo la condición ‘sine qua non’ de una investidura alquilada.

Sánchez apenas dedicó una quinta parte de su pedestre discurso a anunciar medidas programáticas, por lo demás bastante abstractas. Más transporte gratis, el tradicional –y siempre fallido– impulso a la investigación y la cultura, rebajas temporales del IVA y derramas subvencionales varias. El verdadero, único programa consiste en evitar que gobiernen los fachas. En el presuntuoso lenguaje sanchista, levantar un muro de defensa de la democracia. Clásica técnica populista: inventar un enemigo y dibujarlo con perfiles ominosos, distópicos casi, para ofrecerse como remedio ante la amenaza. Con eso basta.

Pero no se trata de un muro sino de una trinchera. Toda la línea argumental del candidato se basa en la alineación de bloques, en conducir al país a un enfrentamiento bipolar, a una confrontación civil, a una fractura deliberada de la convivencia convertida en premisa estratégica suficiente para absolver mentiras, escándalos, incoherencias e incluso una insurrección separatista si el resultado electoral exige ampliar la correlación de fuerzas. La desaprensiva revocación de la palabra empeñada no produce ningún escrúpulo de legitimidad, ningún remordimiento o simple atisbo de vergüenza. Ya escribió Maquiavelo que «un príncipe nunca carece de razones legítimas para romper sus promesas».

El resto de la sesión, el debate con Feijóo y la exhibición de parcialidad servil de Armengol, aportó bien poco. Sólo el anuncio de una legislatura a cara de perro, como corresponde a su fundamento en un acuerdo ignominioso de impunidad a cambio de votos. El líder de la oposición estuvo bien, pronunció un alegato contundente, honorable, sólido. Pero su insistencia en la falta de principios de Sánchez y en su catálogo de mentiras produce ya un desalentador sentimiento de melancolía. El aludido ni se inmuta, parapetado en una gélida sonrisa de mandíbula contraída. El método deconstructivo del ventajismo presidencial está por hallar todavía, y no resulta tarea fácil en la atmósfera inmoral de esta política acomodaticia donde la verdad y la razón rebotan contra una coraza de displicencia cínica.